Los protagonistas de 'Yo nunca nunca'
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Yo nunca nunca, la nueva serie del 3Cat los lunes por la noche, peca del gran drama de las producciones juveniles: no se entiende qué dicen los personajes. O no vocalizan o hay un problema evidente de sonorización que provoca que los finales de frase mueran antes de tiempo. Y en el sofá de casa se repite la pregunta: "¿Qué ha dicho?". Pero ésta no es la única característica que hace que la serie se ajuste al patrón de las series adolescentes.

A Yo nunca nunca volvemos a encontrarnos por enésima vez con una adulteración de las edades de los personajes. Un elenco de actores y actrices más ganapias de la edad que representan participando de un contexto más infantil del que les correspondería. La serie potencia esta indefinición de la edad (“los mayores”) forzando un relato algo inverosímil. Canalla que todavía va de colonias en verano y que pelea por una cama comportándose como preadultos sexis que suben al coche de desconocidos que les ofrecen cocaína. Esta imprecisión de las edades también se hace evidente a la hora de establecer rangos relacionales: la línea que separa monitores y alumnos es borrosa, con un aspecto y comportamientos similares.

También encontramos la romantización de la autodestrucción como elemento para hacer atractivos a los personajes: autolesiones, instintos suicidas, complicidad en la conducción temeraria bajo los efectos del alcohol y consumo de drogas como recursos para dar profundidad a los protagonistas. Este comportamiento se convierte en conflicto narrativo, ablandando y alargando tramas inútiles. Es decir, se utilizan las características psicológicas de los personajes como sucedáneo de las acciones y conflictos argumentales. También existe una estereotipación de los roles, potenciando un mensaje de inclusión y diversidad desde el tópico más flagrante.

Las postales erótico-festivas de adolescentes con poca ropa exultantes de alegría también se han convertido en un recurso para dilatar el tiempo. El componente musical, con escenas propias de videoclip ramplón, con imágenes ralentizadas, es el síntoma más evidente de la tiktokización de la ficción. Secuencias que están más pensadas para la viralización y promoción de la serie en las redes, para construir un fenómeno fan, pero que no aportan nada dramáticamente más allá de emocionalizar la serie, de seducir al espectador desde el más absoluto vacío. El uso de la oscuridad y la iluminación con tonos fucsia es la herencia visual de la serie Euphoria que ahora aparece en todos los contenidos pretendidamente gamberros.

El sexo como instrumento de marketing está tan estudiado que destrempa. Un coito a los tres minutos de arrancar la ficción es la promesa televisiva para los impacientes, el contrato de garantía de que la serie les estimulará con regularidad los instintos primarios, incluyendo también cierta cosificación de los actores. Pectorales y ombligos son atrezzo esencial.

Yo nunca nunca es un tipo de serie más preocupada por ajustarse a unos patrones comerciales predefinidos, haciendo un ensamblaje de una manera mecánica, que construir una historia a partir de un proceso narrativo ambicioso y singular. Más que creación, es fabricación.

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