No siempre ocurre que lo más urgente es también lo más importante, pero los retos que tenemos como país para los años inmediatos son inaplazables y estratégicos. A las puertas de una campaña electoral debería ser previsible que el grueso de los debates se centrara en que pasará al día siguiente de las elecciones y en cómo debería ser el gobierno que debe asumir la responsabilidad de liderar los cambios a realizar, pero ya hemos visto en otras elecciones que las razones que llevan a decidir el voto están a menudo lejos de la acción de gobierno.
En un momento en que los datos macroeconómicos brillan como hacía años que no ocurría, los gobiernos de turno no parecen recoger sus réditos. En Cataluña tenemos el paro en mínimos históricos, con más trabajadores que nunca contratados; el crecimiento económico está por encima de la media de los países de nuestro entorno; las cifras de exportaciones de la industria catalana no paran de crecer y se atraen inversiones extranjeras de primera división. La lista puede ser muy larga, pero en el cruce en el que nos encontramos hay retos políticos, sociales, económicos y ambientales que merecen respuesta. Veamos algunos.
Blindarse de las sequías. La sequía forma parte de la normalidad de nuestro clima mediterráneo, pero el cambio climático ha convertido en norma lo que era una excepción. En pocos años es necesario completar las infraestructuras necesarias, algunas ya iniciadas, centradas en desalar agua del mar. Es posible técnicamente y necesitamos no ser vulnerables en este ámbito.
Soberanía energética. También debe ser posible técnicamente aprovechar el sol y el viento que tenemos en Cataluña para no depender energéticamente de los demás ni de las coyunturas, lo que nos garantizaría un potencial y estabilidad muy valiosos.
La búsqueda como bandera. El modelo económico de Cataluña debe girar en torno a la investigación y la transferencia a la industria de los buenos resultados que se obtienen en diversos ámbitos. Tenemos las bases para hacer buenas políticas en este ámbito, pero deben seguir siendo una prioridad para no frustrar la dinámica que se ha logrado.
Modernizar la administración. Parte de nuestra competitividad depende de la capacidad de la administración de dar respuestas eficientes. Hoy no ocurre. Por espinoso que sea el tema, es necesario abordar el modelo de función pública y los procedimientos que se siguen, y profundizar aún más en la digitalización.
Pobreza cero. A pesar de la ligera mejora de los dos últimos años, como sociedad deberíamos encontrar inaceptable que la tasa de riesgo de pobreza o de exclusión social afecte al entorno del 20% de las familias catalanas. Un país digno y que se preocupe por la cohesión debe activar los mecanismos para combatir este fracaso colectivo, que es aún más doloroso cuando vemos que, con el esfuerzo fiscal que se hace desde Cataluña, deberíamos poder ofrecer mejores soluciones.
Educación. Las decisiones de hace una década impactan en los resultados de hoy, al igual que ocurrirá con las decisiones de hoy en el futuro. Es esencial que ni el partidismo ni la mirada corta marquen el debate sobre la educación y se busquen los consensos para definir el modelo. O es un éxito colectivo o será un fracaso colectivo.
Más vivienda. Uno de los efectos de la Catalunya de los 8 millones es la falta de vivienda, que constituye una preocupación transversal de la sociedad, con precios de récord, que no son asumibles para la mayoría y suponen un freno para la emancipación de los más jóvenes , lo que repercute también en la preocupante falta de natalidad por mantener una estructura social sostenible.
Emergencia lingüística. Los datos de uso social del catalán empeoran, especialmente entre los más jóvenes. Además de la escuela, es necesario realizar los deberes sin demora en el ámbito audiovisual como ha hecho, por ejemplo, la televisión pública con la programación infantil. El catalán es el nervio de la nación y el gobierno debe priorizarlo.
Financiación. Los servicios públicos sólo funcionan si se financian de forma adecuada. La buena gestión es un deber, pero es una falacia achacarlo todo a la gestión. Ser los terceros del Estado a pagar y los decimocuartos a recibir tiene un impacto directo en la vida de todos los catalanes. El contexto actual debería permitir revertir esto si se ubica como una prioridad política.
Referéndum. La política no es neutra en la vida de la gente. La forma de gobernarse, distribuir los recursos o fijar el orden de prioridades define el país que tenemos. Poder decidir, en un referendo acordado y vinculante, es el mecanismo normal en democracia para decidir el futuro de nuestro país. Lo que ahora nos dicen que es imposible, debe convertirse en inevitable, como ha ocurrido también con la amnistía.
Por fatigante y frustrante que pueda ser la política, es todavía la herramienta que tenemos para mejorar nuestro presente y nuestro futuro. Nos irá mejor si votamos con el corazón, y también con la cabeza.