Parece que próximamente saldrá al fin del cajón la ley tan largamente pospuesta contra la prostitución. ¡Ya era hora! Hace demasiado tiempo que se habla de ello y que se va aplazando porque, como es sabido, hay muchos intereses en contra de cualquier forma de regulación de la prostitución, y más si se empieza a hablar de la abolición. Un tema conflictivo incluso entre feministas; si el PSOE finalmente se pone es porque ha recibido mucha presión y ya no puede rehuir más lo que claramente podemos considerar una patata caliente.
Los debates que se abren en las redes sociales y en los medios de comunicación no son nuevos; tienden a repetir posiciones sabidas: la conveniencia de la regulación para garantizar el bienestar de las mujeres prostituidas; la libertad que debe tener cada uno de hacer lo que quiera con su cuerpo frente al puritanismo que negaría esa libertad cuando queda centrada en la sexualidad. Argumentos, todos ellos, extremadamente débiles. Porque no se trata de libertad ni de puritanismo: en el pasado, de acuerdo, no se podía hablar de sexualidad. En una sociedad como la nuestra, en la que criaturas de 8 años ya son atrapadas por una pornografía de carácter violento, hablar de puritanismo es casi una broma. Por suerte, las relaciones sexuales, abandonados los tabúes religiosos, se han liberalizado para los hombres y sobre todo para las mujeres y los encuentros sin demasiadas implicaciones están a la orden del día. Motivo suficiente, en mi opinión, para hacer que la prostitución haya perdido la razón de ser, comprensible en sociedades extremadamente represoras.
Gran parte del feminismo exige, desde hace años, abolir la prostitución, pero no por puritanismo. Se trata, como siempre, de machismo y pobreza. De pobreza: el primer estudio mundial en cuantificar los ingresos dinerarios de hombres y mujeres muestra que las mujeres disponemos sólo de un 34% de los ingresos totales, es decir, un tercio de los recursos derivados de rentas del trabajo, aunque llevan más del 50% del trabajo global. Y si se contabiliza la riqueza patrimonial, la parte de las mujeres es aún más reducida.
La pobreza, la miseria incluso, es claramente la causa de la prostitución y de las trampas y engaños a los que se ven sometidas las mujeres. Y de eso vale el machismo para mantener una de las formas de esclavitud todavía vigentes, agravado de forma terrible en los casos de tráfico y de la importación de mujeres pobres de todas partes cuando las europeas ya hemos podido rehuir estos trabajos. La prostitución no es únicamente la explotación de varias mujeres: es la advertencia, para todas, de que pueden ser compradas, manoseadas, penetradas y violadas cuando a los hombres les convenga porque están, como todos los seres vivientes, a disposición de los hombres, de sus necesidades y de sus caprichos.
Y como es una cuestión de dinero y de pobreza, de machismo y de sumisión de las mujeres, no será suficiente con una ley para poner fin a la prostitución. La ley es absolutamente necesaria, pero también absolutamente inútil si no va acompañada de un plan de rescate de las mujeres prostituidas y un cambio de mentalidad que ponga fin al suprematismo masculino. Un plan de rescate, primero: abolir la prostitución no será más que endurecer sus condiciones, efectivamente, si el cumplimiento se basa en actos policiales y punitivos. Hay que identificar a las mujeres víctimas de tráfico, ayudarles a salir de las redes que las explotan, ayudarlas a rehacer la vida, las posibilidades de ganar un sueldo sin tener que vender su intimidad. Poner fin al tráfico, que continúa a pesar de las leyes existentes, y continuar con el resto de la prostitución, de modo que todas las que quieran salir de ella puedan hacerlo, accediendo a otra forma de vida. Es una tarea que no puede llevarse a cabo ni en un año ni en dos, es un trabajo lento, de deshacer nudos antiguos, de limpieza de catavos y de negocios infames. Y de mucha valentía por enfrentarse a todos los obstáculos que se presentarán, con todo tipo de argumentos aparentemente bienintencionados. Que ya sabemos que es un negocio que mueve millones y que nadie de quienes les ganan se resignará fácilmente a perderlos.
Y paralelamente, claro está, debe producirse un cambio de mentalidad: los hombres deben ser educados de tal modo que sepan desde el inicio que las mujeres no son objetos de intercambio, de compraventa; no son objetos para utilizar y echar a voluntad.
Si la nueva legislación sobre prostitución no va acompañada de este tipo de medidas, es mejor que lo dejen correr, porque aún lo estropearán más. Esperamos, todavía esperamos, muchas mujeres y también muchos hombres, es preciso decirlo, que nuestras diputadas y diputados tengan por fin el coraje de hacer una ley y un plan de trabajo que sea, efectivamente, el comienzo del fin de la prostitución.