El bueno de Galileo Galilei mantuvo viva la revolución científica y apagada su hoguera cuando, condenado por la Inquisición a abjurar del heliocentrismo, habría cuchicheado su memorable (y quizás inexistente): “Y, sin embargo, se mueve”.
Hoy, el cansancio de la opinión pública en Catalunya llevaría a un lógico distanciamiento de la política que favoreciera el cinismo de unos y la desafección de otros sobre los indultos y el diálogo, pero el hecho es que algo se mueve. Poco, de manera insuficiente, pero se mueve.
La división política sobre el indulto es de las históricas y divide en España y en Catalunya.
En Madrid, el PP vuelve a montar mesas petitorias para aglutinar el anticatalanismo mientras intenta tapar un nuevo escándalo de corrupción. Por más que Casado se niegue a responder a los periodistas e induzca voluntades y portadas, no puede esconder que su mentora, la ex secretaria general del partido y exministra de Defensa María Dolores de Cospedal, está imputada en el caso de presunto espionaje al extesorero de su partido. La gravedad del revés judicial al PP permite augurar un aumento todavía superior de decibelios de la campaña protagonizada básicamente por la derecha y la extrema derecha contra los indultos a los presos independentistas. Los “traidores a la bandera” se señalarán a gritos, y en la nueva manifestación de la plaza Colón solo faltará Manuel Valls.
Los guardianes de la ortodoxia
La vieja guardia política y periodística del socialismo también está pasando malos días. Los hombres que durante tantas décadas ostentaron el monopolio de la acción y del discurso político y periodístico progresista no salen de su asombro ante los cambios y no aceptan ni su salida de escena ni la pérdida de influencia de sus ideas.
La vieja guardia no soporta ver cómo Sánchez está dispuesto a intentar desbloquear la situación con la Generalitat de Catalunya y a asumir los costes de los indultos. Unos costes que también le generarán sus presuntos amigos, que tantas veces lo han intentado eliminar políticamente sin éxito.
Sánchez y todo aquel que ose racionalizar la utilidad de los indultos experimentan ahora la ira o el paternalismo: la rabia o el complejo de superioridad intelectual que tan bien conocen unos independentistas tratados de “desviados” en un pobre debate dominado por la superioridad moral del nacionalismo español, que confunde la España homogénea y centralista con la España plurilingüe y plurinacional que se intenta ahogar.
La campaña contra los indultos a los presos políticos catalanes la protagoniza una derecha que se califica de constitucionalista sin ruborizarse, cuando fueron el PP de Aznar y el TC con la sentencia del Estatut los que acabaron definitivamente con el espíritu constitucional que había permitido una convivencia, insatisfactoria, pero una convivencia desde la Transición.
En Catalunya también hay contrarios al indulto. Es cierto que no se conocen sus condiciones y que la reversibilidad es tramposa. Pero hay un independentismo que, cómodamente instalado en el sofá, se atreve a decir a nueve políticos que llevan casi cuatro años en la prisión que flaquean, que no serán “representativos”. Un independentismo que da lecciones sin sentido de la realidad. Es decir, sin conocimiento de España ni de las propias fuerzas y que contribuyó activamente a derrochar a golpe de tuit y de adjetivo gratuito la mayoría del 3 de Octubre.
Sánchez no se equivoca con los indultos. Tiene que asumir el riesgo interno porque la justicia europea sigue corrigiendo la plana a los tribunales españoles, y los votos particulares dentro del Tribunal Constitucional son una profunda vía de agua que pone en entredicho, como mínimo, la proporcionalidad de las penas impuestas.
Los costes reputacionales para la política exterior tampoco son despreciables cuando Rusia y Marruecos utilizan el conflicto con Catalunya y cuando el borrador del informe del comité de derechos humanos del Consejo de Europa sobre los líderes independentistas le pide a España que los “indulte o libere” y retire las peticiones de extradición contra el ex president Carles Puigdemont y los ex consellers que están en Bélgica.
Sánchez se tendrá que arriesgar y no puede esperar a que los presos abjuren de sus objetivos políticos. No lo harán ni lo tienen que hacer. El independentismo se tiene que reconocer como una opción democrática y legítima, lo cual no significa que no haya cometido errores. Pero solo reconociendo su legitimidad se podrá hacer política.
El gobierno español y la mayoría independentista catalana tienen la oportunidad de hacer política. La alternativa es un pulso eterno de impotencias, una garantía de decadencia conjunta.