El primer cuarto del siglo XXI, sobre todo desde la crisis de 2008, ha llevado una involución del capitalismo, y de la forma en que nos relacionamos con él. La competitividad y el culto al dinero se encuentran al alza tanto en la política como en el ocio, los espectáculos y los deportes de masas, y muchos jóvenes –no todos, ni mucho menos: eso es de justicia aclararlo siempre– miden los méritos de sus referentes, deportistas principalmente, por las cantidades exorbitantes que vale la habitan y las mujeres con las que se encajan o de quienes abusan con más o menos impunidad (la posesión de los cuerpos, sobre todo de las mujeres, va asociada a la posesión de dinero). El dinero fácil, ofrecido a un clic oa un SMS de distancia, causa una fuerte fascinación, y se han vuelto a poner al orden del día los liderazgos que se llaman fuertes, que conllevan otro culto tóxico, el culto a la personalidad. Criptomonedas, triunfadores que presumen en público de su incultura, patriotas de tamaño mega o ultra o tera, coleccionistas de récords, bailar sobre las cenizas de los cuerpos calcinados en zonas de guerra. Expresiones de eso que algunos llaman (o llamaban; todo pasa muy rápido) turbocapitalismo.
El culto a la personalidad comporta la aparición de una de las figuras más fascinantes, por repulsivas, del catálogo humano, que es la del adulador. Estos días, la OTAN celebra en La Haya una cumbre que en buena parte es una gran ceremonia para dar lustre y pompa a la decadente figura del presidente más abiertamente antieuropeo y contrario al atlantismo que ha tenido EEUU, Donald Trump. Está por ver cuál es el efecto real de la intervención militar americana del pasado fin de semana sobre Irán, más allá de haber añadido confusión y tensión a una situación que ya va llena de ambas cosas, y de haber servido de primer ensayo de algo ciertamente inquietante: ver a EE.UU. e Israel (EEUU de Trump y al Israel de Netanyahu) a un int. Luego la cosa no terminó de ir bien, porque ni Israel ni Irán respetaron el alto el fuego que Trump había impuesto, pero el buñuelo ya está hecho. Y Europa y la OTAN incomprensiblemente se reúnen para aplaudir al buñuelo en jefe.
Trump hace el llorón cuando ni Netanyahu ni Pezeshkian (otro líder ultraautoritario) "le" respetan el alto el fuego, ya la vez se pica el pecho enseñando los mensajes que el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, le envía para ponerse a sus pies. También se muestra iracundo contra España, por la negativa de Pedro Sánchez y su gobierno de destinar el 5% del PIB a gasto militar, una decisión digna de aplauso sea cual sea el motivo por el que se haya tomado, y pese a que su efectividad real sea escasa o nula. Los gestos, como todo el mundo sabe, en política son importantes. Y ahora vivimos tiempos miserables, en los que entre los gestos más habituales encontramos la cabeza acotada, la rodilla doblada, frente a gobernantes indignos que de su poder hacen alarde y amenaza.