La exposición 'Fabular paisajes', en el Palau Victoria Eugenia de Barcelona.
12/09/2025
Artista visual y comisario de exposiciones
5 min

Permítanme constatar lo obvio. Un museo es una institución de carácter académico destinada a coleccionar lo mejor y más significante delos campos de estudio e investigación que explican lo que somos, cómo nos comportamos, cómo nos organizamos o en qué creemos, tanto en lo religioso-espiritual como en lo ideológico-político. En corto, todo lo que tenga que ver con aquello que nos hace humanos. El museo es, ante todo, su colección, sin ella no hay museo y ese patrimonio se conserva, se restaura, se estudia, se muestra y se explica a la ciudadanía que es, en el caso de un museo de titularidad pública (la mayoría en nuestro país), la propietaria de dicho patrimonio. Por lo tanto, su misión es social de entrada y es parte esencial de su naturaleza. El museo es una idea, un concepto como la democracia por poner un ejemplo en peligro, al que se le pueden inyectar diferentes contenidos y emplear diferentes maneras de gestionarlos. Estos contenidos y formas de explicarlos cambian con el tiempo, son saludablemente analizables, criticables y cambiables ad infinitum, pero si se cuestiona el concepto mismo que los enmarca y su función primordial, sea la democracia o sea el museo, adiós democracia y adiós museo. Tampoco es aconsejable que por confusión mental se pretenda que un dispositivo cultural, histórico, narrativo y patrimonial sea otra cosa distinta de aquello para lo que fue creado. Nunca se ha pretendido que un hospital asuma funciones, digamos, del Ministerio de Hacienda. Es una cuestión de puro sentido común y sin embargo, ahora, en Cataluña, se pretende que el museo de arte asuma funciones del Ministerio de Justicia, del de Igualdad Social, incluyendo los departamentos de Urbanismo y Vivienda, mediante la adopción de un modelo museístico “habitable” que nadie sabe a ciencia cierta qué demonios quiere decir. Todo esto gracias a Manolo Borja, indiscutido gran profesional de la museografía hasta que empezó a creerse su propia prensa, “recuperado” para Cataluña en el papel de zar de sus museos de arte (salió en prensa, no me lo invento) para reorientarlos sin consulta previa con los directores de dichas instituciones que han ganado sus puestos en concurso público con el mérito de sus propuestas. Era evidente que esta idea de Jordi Martí (Secretario de Estado de Cultura del Gobierno de España) estaba condenada a crear problemas, como así ha sido. Esto también cae dentro del territorio del sentido común.

La puesta de largo de la filosofía borgiana ha sido la exposición “Fabular Paisajes” en la que se pueden ver algunas obras remarcables por derecho propio (en todas las exposiciones se ven buenas obras) junto con una proporción mayor de trabajos comparables en calidad y ejecución a ejercicios de 1º de Bellas Artes, y que los estudiantes me perdonen. Todas las obras, sin embargo, buenas y no tan buenas, están ahí haciendo un papel meramente instrumental de comparsas para ilustrar lo que sus comisarios nos quieren contar, que no es mucho y bastante banal en mi modesta opinión. Es una exposición pésimamente comisariada, incómoda, desangelada, confusa y prácticamente insoportable por las características del espacio y la temperatura reinante. De habitable, nada. Es reveladora la parte ¿acompañante? de arte histórico, que incluye objetos y documentos, que se expone en un invernadero interior para poder asegurar unas condiciones mínimas de temperatura y humedad para proteger lo expuesto. Parece ser, después de todo, que la mejor manera de mostrar arte es en las mejores condiciones posibles, una razón por la que existen museos. Finalmente, me ha sido imposible ver el millón de Euros que ha costado este experimento “teórico” en relación con el resultado y a la profundidad del discurso en un país que mantiene sus museos crónicamente sub-financiados. Se habla anecdóticamente de colonialismo (es lo que toca) sin decir lo más terrible de ese crimen: que no tiene compensación posible por más estatuas de negreros ilustres que se dinamiten y más expolio que se devuelva. Lo peor que se puede hacer con esta tragedia es instrumentalizarla.

Y aquí termina mi comentario sobre esta fracasada exposición porque la pregunta de base que debe hacerse uno, creo yo, sobre todo este asunto es la siguiente: Cuando los dos museos más importantes de Cataluña, el MNAC y el MACBA –este segundo la institución museística con menos amigos que conozco– están empezando sus respectivos procesos de ampliación, ¿realmente la prioridad de mayor calado a la que nos debemos dedicar justo ahora es la de cuestionarlos de arriba abajo? Hace cuatro días que tenemos museos de verdad en Cataluña, creados en su momento por razones políticas muchas veces desacertadas como construir el MACBA en el Raval, por ejemplo, circunstancia que ha estado en la base de su falta de conexión con el barrio, que siempre ha identificado al museo como un bastión de la clase pija gentrificante ­–aunque, curiosamente, eso no se le achaque al CCCB estando en el mismo sitio–. Pero bien, lo imperativo es consolidar lo que tenemos de la mejor manera posible, en beneficio de todo el país (no solo de un barrio ni de una clique profesional), para que estas instituciones hablen de tú a tú con lo mejor de su entorno europeo. Talento no falta. Se ha dicho que antes de ampliar sería mejor hacer una Kunsthalle. Nada que objetar a tenerla, pero estamos olvidando que ya hay una mantenida a régimen de inanición desde hace decenios: Santa Mònica. Seamos serios, se puede andar y mascar chicle al mismo tiempo. ¿Desde cuando un museo tiene que excluir a una Kunsthalle o viceversa? Lo importante es que tanto el uno como la otra vuelen como un cohete y entusiasmen.

De ahí que no me crea lo que nos está contando Manolo Borja. Es un caleidoscopio de las propuestas típicas que se generan desde dentro del mundo del arte mainstream, jugando a radical, para alimentar el circuito de conferencias en el que siempre se encuentran los mismos para crear o perpetuar bases de influencia profesional. Dura un tiempo y a otra cosa, para que todo cambie y todo siga básicamente igual, aunque con algunas variaciones de ganadores y perdedores en la liga de primera división museística.

Resumiendo, no creo que las soluciones que necesitan hoy día los museos de Cataluña pasen por adoptar el pensamiento de los indígenas de Oaxaca, con todos mis respetos. Pasan por darles la confianza que se merecen a los directores y directoras que los gestionan; pasan por consultar con los trabajadores del arte, artistas y técnicos; pasa por dialogar con la ciudadanía genuinamente involucrada con el arte y su patrimonio. Leer las propuestas presentadas por un hombre blanco que no se ha encontrado a un yamomami cabreado en su vida y ha hecho lo mejor y más brillante de su carrera profesional mandando mucho en museos de campanillas –que, sin embargo, ahora y según él son candidatos a la papelera de la Historia– me suena simplemente a hueco. Si hay algo más detrás de esta puesta en escena, ya es otra cosa.

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