La amnistía y sus enemigos
Una prioridad de la cultura democrática es buscar salidas conciliadoras a los conflictos, intentar llevar las cosas a puntos que permitan pactar y evitar la senda de la confrontación violenta. Con el rechazo a la amnistía, la derecha española y gran parte del poder judicial han liberado sus pulsiones autoritarias, las que dividen a la sociedad entre los amigos y los enemigos de la patria.
Desde el primer momento estuvo clara la poca disposición de la derecha, entonces en manos de Rajoy, para gestionar políticamente el desafío independentista. Enseguida priorizó la respuesta represiva. Es evidente que en política el cálculo de las relaciones de fuerzas es esencial. Cuando uno cree que ha encontrado el momento de oportunidad y decide tirar hacia adelante por la vía de la radicalización debe tener muy claro hasta dónde puede llegar. El independentismo, después de haber acumulado cierto capital político, entró en una fase de aceleración. La calle presionaba y algunos dirigentes, que, miseria de la condición humana, jugaban a quién es más valiente, se pusieron en patética evidencia. Tras proclamar la independencia no nata, en una noche en la que muchas voces pedían por elemental sentido común parar a tiempo, al día siguiente casi nadie estaba en sus despachos y algunos ya corrían hacia el extranjero, mientras los demás esperaban con resignación a que los fuera a buscar a la policía. Dos formas de entender la responsabilidad que harán interesantes sus memorias: algunos de los que se quedaron, tras pasar por la cárcel, vuelven a estar en activo, mientras que los que se exiliaron se han ido desdibujando y ya solo queda la sombra de Puigdemont en la pantalla.
La reacción española se desató con los tribunales a toda máquina. Mariano Rajoy, el más descolorido de los presidentes del PP, que había dejado hacer, transfiriendo el peso de la batalla a los tribunales, acabó inesperadamente tumbado por Pedro Sánchez, un outsider que con carretera y manta había desbancado a la vieja guardia del PSOE, que no supo leer que su tiempo había pasado. Y cuando los tribunales entraron en acción empezó a dibujarse la vía de salida: la amnistía. ¿De qué se trataba? Sencillamente, de aceptar que se estaba ante un conflicto político y que era necesario el reconocimiento de los adversarios si quería pasarse de la fase represiva a la recuperación de la normalidad democrática. Este camino pasaba por la amnistía, de la que la derecha ha hecho un pecado mortal y la ha convertido en arma de batalla, consiguiendo, eso sí, con la complicidad de buena parte de los tribunales, retrasar la aplicación y prolongar la situación de excepción.
Ahora Feijóo, a la desesperada, bajo la presión de Abascal y la extrema derecha, hace de la lucha contra la amnistía su arma estratégica, la forma de coronar una labor de oposición centrada en la descalificación del presidente Sánchez, sin aportar ningún proyecto o iniciativa política alternativo. El Tribunal Constitucional ha hecho lo que era de sentido común: reconocer el derecho de un gobierno a declarar la amnistía, porque no hay ningún precepto que lo impida. Y Feijóo saca a la gente a la calle con el lema "Democracia o mafia", en un flamante ejercicio de impotencia política y con la extrema derecha subiéndole a caballo y marcándole cada vez más la agenda.
Queda mucho por resolver en la aplicación práctica de la amnistía por la resistencia de los tribunales, por la mirada corta de una derecha de vía estrecha y por la utilización del confuso delito de malversación para limitar sus efectos. Y, sin embargo, es indudable que está favoreciendo ya un cierto nivel de distensión, en medio del proceso de asunción, por parte del independentismo, de haber ido más allá de las propias fuerzas. Y que ahora mismo en Catalunya se está lejos de la tensión del 2017, con un abanico de alianzas reales y potenciales más allá del blanco o negro. Lo que hace falta es cumplir con la amnistía –falta mucho, todavía– y recuperar la normalidad democrática que permita afrontar la amenaza que viene: el autoritarismo posdemocrático, de las extremas derechas catalanas y españolas.