El análisis de Antoni Bassas: "Hablando de proteger la democracia"

La imagen de la policía de una democracia, enviada por los jueces de una democracia, pegando a gente que quiere usar la democracia para decidir su futuro (igual que han hecho los votantes en otros países) es una terrible paradoja para la democracia española. Igual que lo es la de un juez decidiendo sobre la lengua en el sistema de enseñanza que ha decidido el parlamento de un país. ¿Quién puede sentir suya una democracia así?

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Esta noche, hora nuestra, Estados Unidos han recordado el primer aniversario del asalto al Capitolio. El día de Reyes del año pasado, el entonces todavía presidente Donald Trump hizo un último intento para impedir que Joe Biden fuera proclamado ganador de las elecciones, un intento muy parecido al de una insurrección: sugirió a la gente que fuera al Congreso a parar la votación bajo el argumento, naturalmente falso, de que le habían robado las elecciones. Un grupo de manifestantes entró en el Congreso por la fuerza. Murieron cinco personas. Dos semanas más tarde, Biden juraba el cargo de presidente en una ceremonia a la cual Trump no fue, el primer presidente que no iba a la toma de posesión del otro desde hacía 150 años.

Esta noche, el presidente Biden ha ido al Capitolio y se ha dirigido al país, y aunque no ha mencionado a Trump por su nombre, lo ha dejado como un trapo sucio: anti norteamericano, antidemocrático, mentiroso, egoísta, presidente derrotado, y lo ha acusado de haberle puesto “una daga al cuello a la democracia”.

Trump es todo esto y mucho más, pero Trump solo no se puede cargar la democracia. Trump ya se encontró una democracia muy debilitada y, por lo tanto, tuvo el trabajo medio hecho. Una democracia es débil cuando deja de ser útil a las personas. ¿Y en qué consiste ser útil? Que esté bien administrada, asegure la igualdad de oportunidades y, junto a buenos servicios tradicionales, como la sanidad pública o la educación pública, sea funcional y se espabile a ir tan rápido como pueda en un mundo que va muy rápido a corregir fenómenos nuevos como la creciente desigualdad social. Porque si la democracia no es útil, no tendrá quién la defienda.

Cada país puede hacer su propia lista de actitudes y hechos que, con el paso de los años, han debilitado la democracia de forma que los discursos totalitarios, violentos o excluyentes como los de Trump tienen éxito y de forma que haya gente para la cual tenga cada vez menos valor vivir en un sistema que protege las libertades como ningún otro. La democracia es un sistema delicado, que pide el respeto a las normas de todos los jugadores y este respeto, a menudo, no es fácil de conseguir si la sociedad observa cómo el sistema protege más los intereses de unos pocos que los intereses colectivos.

La democracia que tenemos en Catalunya, que deriva de la que hay en España, sufre por defectos parecidos a los de tantos países: la desigualdad, la concentración de riqueza, los trabajadores pobres, la dificultad de acceder a la vivienda, la brecha digital, etc. 

Pero también tenemos factores propios, y en Catalunya lo conocemos bien. Un tribunal corrige un Estatut aprobado por el Parlament, por el Congreso, por el Senado y por los catalanes en referéndum. La consulta del 9-N del 2014 y el referéndum del 1 de Octubre han acabado con prisiones, exilios, juicios, inhabilitaciones y reclamaciones patrimoniales. La imagen de la policía de una democracia, enviada por los jueces de una democracia, pegando a la gente que quiere usar la democracia para decidir su futuro (igual que han hecho los votantes en otros países) es una terrible paradoja para la democracia española. Igual que lo es la de un juez decidiendo sobre la lengua en el sistema de enseñanza que ha decidido el parlamento de un país. ¿Quién puede sentir suya una democracia así?

Un recuerdo para los exiliados y para los represaliados. Y que tengamos un buen día.

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