Aplaudir un asesinato
Luigi Mangione se ha convertido ya en un personaje de película. Tiene incluso el nombre. Este chico de casa buena de Baltimore, presunto autor del asesinato de Brian Thompson, el director ejecutivo de United Healthcare, una de las principales aseguradoras médicas de EEUU, ha vuelto a poner sobre la mesa uno de los grandes temas sociales que sufre el país : la desigualdad en términos de salud. Y, de rebote, aborda la diferencia que existe entre la violencia legitimada y la que no lo está. Aviso para hiperventilados: no se trata de justificar nada, sino pensar. Aunque decirle a un hiperventilado que piense sea una contradicción.
El presunto homicidio de Mangione ha sido aplaudido por muchas personas que están hartas de un sistema que promueve la desigualdad y la indefensión. El sistema sanitario de EE.UU. es conocido, justamente, por su violencia. Deja desamparadas a millones de personas que, aunque estén aseguradas, no encuentran a nadie al otro lado que responda a sus necesidades. Lo hemos visto en series y en películas. También hemos conocido distintos tipos de venganza violenta contra el sistema. Es, de hecho, un tema clásico en EE.UU. Los beneficios de estas empresas, de una de las cuales Brian Thomson era uno de los máximos responsables, son descomunales. United Healthcare obtuvo unas ganancias de 16.000 millones de dólares el pasado año. El sistema permite y legitima que las enfermedades sean fuente de beneficios tan desorbitados como éstos y que los accionistas de estas aseguradoras sean responsables de la muerte de personas que no han podido ser atendidas. Lo que no permite es que un chico asesine a nadie. Pero es evidente que si una acción de estas características es aplaudida por tanta gente es que algo falla. Y falla, justamente, la legitimación de la violencia. No pasa toda por el mismo filtro. Para llegar al extremo de lo que supuestamente ha hecho Mangione debe haberse vivido un proceso psicológico complejo. Por ser un ejecutivo o un accionista sin escrúpulos, no tanto. La mayoría de personas no somos ni lo uno ni lo otro, pero las dos violencias nos acaban afectando directamente.
Todo lo que rodea nuestra vida, desde el nacimiento hasta la muerte, es un negocio. Podemos estar de acuerdo o no, pero no parece existir ninguna alternativa. La violencia es estructural, como vemos a diario, y mucha de esta violencia tiene que ver con la codicia y la venganza. Si lo ejerce el presidente de un país es algo, si lo ejerce el presidente de una empresa, también, pero si lo ejerce una persona sola contra el presidente de un país o el de una empresa, entonces tiene un problema. La violencia, en realidad, carece de límites. O mejor dicho: el ser humano no tiene límites a la hora de aplicarlo contra otro ser humano. La venganza se entiende como una respuesta legítima, desde distintos puntos de vista. Unos nos horrorizarán según nuestros valores morales, pero con otros empatizaremos, aunque sea internamente. Decirlo públicamente, en según que casos, es mucho más difícil. Pero lo que no decimos también existe. Y nos pone en una serie de contradicciones filosóficas con las que debemos vivir. Si es que vivimos pensando en las contradicciones.
Decimos que lo más importante es la salud, pero lo más importante es tener dinero para poder mantenerla. Los costes de la atención médica son cada vez mayores. La tendencia a privatizar todo es la norma y aquí todavía hay personas que no saben la suerte que tenemos con nuestro sistema sanitario público. Defenderlo es una cuestión de vida o muerte. Literalmente.