Asesinar a las criaturas: la venganza extrema de la violencia vicaria

En la violencia vicaria el agresor ejerce la violencia sobre sus hijos para dañar a la pareja
17/01/2024
3 min

La semana pasada conocíamos otro posible caso de violencia vicaria. El asesinato de dos criaturas a manos de su padre. Uno de los delitos más ignominiosos y dolorosos que existen. El padre mata a sus hijos o hijas con una única intencionalidad: generar el máximo de dolor y sufrimiento a la madre de estas criaturas. Una especie de intento de matarla a ella en vida.

Por desagradable que resulte, entrar en los mecanismos psicológicos de la violencia vicaria es uno de los caminos que nos puede llevar a entender más profundamente la sociedad en la que vivimos y los mecanismos patriarcales que actúan en ella. Y en este sentido, es obvio que el homicida siente que solo a través de la venganza con mayúsculas podrá destrozar a la madre y, por extraño que nos parezca, sentirse mejor. La perversión emocional pasa por pensar que la desgracia de ella será su mejor bálsamo, y la entierra así en un dolor abismal de por vida que funciona como forma de control emocional perpetuo. Si no estás conmigo, nunca más volverás a sentir una brizna de felicidad.

Pero, ¿cómo se llega a este extremo? ¿Cómo puede un padre asesinar a sus propios hijos e hijas? De hecho, en los casos de violencia vicaria más extrema, cuando se producen los asesinatos de los niños, en casi su totalidad la relación está rota. El agresor ha asimilado que ha perdido a su expareja. Y aquí su dolor, su egoísmo, su odio –que confunde con amor–, se alimentan y crecen sin cesar. Esta amalgama de emociones que los carcomen por dentro se alinean con un solo objetivo: la venganza.

La concepción del amor en que se basa esta conducta responde a un ideal absolutamente insano que se confunde con la posesión del otro y con una fusión con ella de carácter enfermizo, incluso infantil e inmadura, que está cargada de inseguridades y que solo contempla un posible camino: estar juntos para siempre. Es una idea del amor posesiva y disfuncional que pasa a devorarse a sí misma. Esta concepción perversa del amar, en muchos casos, lleva al padre a pensar que el dolor de ella ayudará a apaciguar el suyo. A esto, la perfidia hecha emoción, lo llaman amor.

Estas son las coordenadas desde las que se relacionan, y desde aquí la carcoma va ganando cada vez más espacio psicológico. Todo se focaliza en ellas y el agresor pasa mucho tiempo dando vueltas a la idea de cómo hacer el máximo daño posible a la expareja, porque la identifica con la causa culpable de su propio dolor. Desde la concepción de un amor extremadamente patriarcal, los sentimientos más básicos pasan de forma descontrolada de un amor posesivo al odio más extremo: sin matices ni herramientas de gestión emocional que puedan hacer de diques de contención, se pasa de un extremo al otro. Es así como todo pierde el alma, el sentido e incluso la identidad, y sus hijos e hijas se convierten en el canal perfecto para destruir a quienes sienten que les ha reventado la vida, que los ha abandonado y que ya no tienen bajo su control. En el agresor crecen los pensamientos encadenados y repetitivos de la venganza, y la deshumanización entra en juego cuando sus hijos e hijas desaparecen del plano relacional para pasar tan solo a ser instrumentos, canales para conseguir un objetivo. De alguna manera, en ese momento sus hijos e hijas emocionalmente ya han muerto, en el sentido de que ya han pasado por un proceso de distanciamiento y despersonalización.

Hablamos, pues, de un proceso de agitación mental extremo que busca desesperadamente cómo acabar con el propio malestar y que desemboca en la idea de que el exterminio de la otra extirpará el propio dolor o, al menos, conseguirá hacérselo pagar. Y si solo queda el recurso de la destrucción, no es de extrañar que este perfil de homicidas, en casi el 60% de los casos, tras asesinar a sus hijos o hijas, se suiciden. La sed de revancha y el odio adquieren unas dimensiones que pasan incluso por encima de la propia vida.

Como se ha comprobado en otros ámbitos como por ejemplo el de la explotación sexual, estos patrones psicológicos como la deshumanización son los que se repiten en este tipo de agresiones. Como sociedad urge que destruyamos el patriarcado, que es quien abona día tras día ese terrorismo machista que genera tantas muertes y tanto dolor.

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