El atajo populista

Toni Soler
3 min
La drecera  populista

COMPARAR. La ultraderecha es una cosa muy seria. Lo es por las ideas que representa y por la amenaza latente que esconde. Conviene recordarlo porque, en los últimos años, adjetivos como fascista, nazi o supremacista se han utilizado de manera abusiva, sobre todo por parte de formaciones políticas de corte populista, que son, paradójicamente, las que más fácilmente pueden ser contaminadas por la ultraderecha. Después lo intentaré explicar. Antes, sin embargo, querría denunciar un ejercicio intelectual poco honesto que se practica desde las ringleras de cierta izquierda más o menos colauista que, experta como es en la equidistancia, tiende a comparar los brotes ultraderechistas independentistas con la firme, visible y creciente realidad de Vox, que según los sondeos está a un paso de ser la tercera fuerza política en España, y de sacar la nariz por primera vez en el Parlamento catalán. Una comparación así es adecuada en términos ideológicos, pero no en términos cuantitativos. La ultraderecha independentista (FNC y otros grupos) tiene una incidencia ridículamente pequeña, pero basta con una pintada en una calle de Barcelona para que algunos analistas pongan el grito en el cielo, mientras callan ante los actos bruscos y agresivos de los líderes de Vox, las arbitrariedades de la cúpula judicial o las muestras de exaltación franquista que resuenan en algunos cuarteles del ejército o de la Guardia Civil. El elefante en la habitación es Vox, es el franquismo residual, y no una regidora de Ripoll o un grupillo de jóvenes descerebrados que reclaman una Catalunya catalana. Por mucho que esta diferenciación repugne a los unitaristas, el problema al que tenemos que enfrentarnos es el neofascismo español, de matriz franquista. Y esto no tiene que ser obstáculo para que cualquier semilla de neofascismo en la vida política catalana sea debidamente aislada: el vicepresidente del Parlament, Josep Costa, cometió un error en este sentido y estaría bien que su partido lo asumiera.

CONTAMINAR. Pero el problema de la ultraderecha no es solo su existencia, sino su capacidad para contaminar a un sistema político entero. Del mismo modo que Ciudadanos, por ejemplo, ha conseguido acomplejar al PSC y apartarlo del consenso sobre la protección del catalán, Vox ha hecho que una fuerza de gobierno, como es el PP, gire su discurso hacia postulados más rancios y alejados del consenso constitucional. El caballo de Troya del fascismo es el populismo, que siempre aparece cuando la democracia entra en crisis, a base de mensajes simples, enemigos invisibles y recetas mágicas. El populismo no es forzosamente de extrema derecha, pero genera el clima social idóneo para que la extrema derecha se proveche. Y este riesgo sí que existe tanto en España como en Catalunya, y también en todo Occidente. Del mismo modo que el PP de Casado es más populista que el de Aznar, el JxCat de Torra y de Laura Borràs es más populista que el PDECat de Chacón y Mas. En este caso, la progresiva marginación de los antiguos cuadros de CDC ha coincidido con el ascenso de nuevas hornadas procedentes en parte de las sucesivas escisiones de ERC, los malcontentos que se sienten decepcionados por las “renuncias” del partido republicano desde los tiempos de los tripartitos. Irónicamente, algunas de estas escisiones fueron animadas e incluso financiadas por CDC. Ahora estos sectores de morro fuerte, que tienen a Joan Canadell como héroe, han derrotado a la vieja guardia en las primarias, y Francesc-Marc Álvaro advierte que a Carles Puigdemont “se le ha escapado el timón de las manos”. Junts, digámoslo claro, no está ni estará en la órbita de la ultraderecha, pero que se entregara al populismo sería una mala noticia para el movimiento soberanista catalán.

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