La banda Puig / A buen bocado... nada de provecho

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La banda Puig

Ha muerto Mariano Puig, el hombre que forjó el imperio del perfume. Empresario. Indomable. Impulsor. Universal. Cuando la prensa especializada reúne todos estos adjetivos, hay que leer la historia. Hijo del fundador, con treinta años ya era el director de la compañía, exportaba Agua Lavanda Puig a Estados Unidos y no tardaba en cerrar un acuerdo con Paco Rabanne para crear las fragancias de la moda de París. Siempre apuntó alto y, a la hora de pasar el relevo a su hijo Marc, fue fiel a su lema de los cinco momentos de la vida: “la etapa de aprender a hacer, la de hacer, la de enseñar a hacer, la de hacer hacer y la de dejar de hacer”. La cuestión es hacer. Así, hoy, la gran multinacional de perfumes, cosméticos y moda factura más de 2.000 millones de euros al año y las tres generaciones de Puig son el paradigma del éxito catalán en el mundo. 

La empresa familiar ha sido fundamental, en los últimos cien años, para entender el país que tenemos, la vertebración social y este necesario triángulo isósceles –a veces corto de un lado, a veces corto del otro– entre trabajo, ahorro y herederos. Trabajando de lo lindo, muchas familias han sabido dejar atrás el auca del senyor Esteve y han convertido la tiendecita en un negocio ambicioso y moderno. El grupo Puig es, con Grífols y alguna otra, la expresión máxima de ello. El país todavía se aguanta por tanta empresa familiar de tamaño más humano que se deja la piel y las horas, que está orgullosa de dar trabajo a tanta gente como puede y, por discreción, prefiere no salir en los diarios. Ahora, sin embargo, todas ellas tienen la sensación de que se les ponen demasiados palos en las ruedas. Cada vez es más difícil seguir el negocio familiar porque hay –consideran– una persecución que huele a demagogia. Lo que no asfixia el impuesto de patrimonio te lo arrebata el de sucesiones. Y, poco a poco, tienen menos dinero y menos ganas de seguir generando cosas que hagan funcionar la economía. Si el populismo de pátina fina se sigue imponiendo, no habrá perfume que nos salve. 

A buen bocado... nada de provecho

El 4 de mayo hay elecciones en la comunidad autónoma de Madrid. ¿Y a mí qué? Ya entiendo que, según cómo, Isabel Díaz Ayuso puede convertirse en el nuevo puntal del Partido Popular, y quién sabe si en la mujer que le pueda empezar a hacer la cama a Pablo Casado. Ya entiendo que debe de ser importante aclarar si en la Comunidad de Madrid hay más gente de derechas que de izquierdas, dado que las encuestas les dan un empate casi a la milésima en la intención de voto. Se ve que será muy interesante, también, saber cómo le va a Pablo Iglesias en estas elecciones después de haber huido deprisa y corriendo de la vicepresidencia del gobierno de España, algún día sabremos por qué. ¿Y qué me decís de Ciudadanos? Parece que no solo dejarán de tener la llave de la gobernabilidad del ejecutivo de Madrid sino que, si repiten el descalabro de las elecciones al Parlament de Catalunya, el 4-M podrían ser las absueltas para Inés Arrimadas. La misma noche de los comicios también habrá una curiosidad desmesurada por valorar la fuerza de Vox, valga la redundancia. El impacto de la extremísima derecha será, de nuevo, analizado haciendo la traslación a la política de todo el Estado. Y, una vez más, nos habremos instalado en la sinécdoque sobreinterpretativa que coge la parte por el todo y, así, iremos sacando conclusiones con tendencia al infinito. Se ve, pues, que estas elecciones de Madrid serán capitales. Para ellos, claro. Pero, a juzgar por la cantidad de páginas, de horas y de análisis que los medios catalanes dedicamos a esta campaña, se diría que nos tiene que cambiar la vida o que nos tiene que revelar no se sabe muy bien qué. Allá ellos. El seguimiento que hacemos desde aquí de estas elecciones –y todavía nos quedan dos semanas de matraca– es de un sucursalismo absoluto. Y esto no podemos decir que sea culpa de Madrid. Es muy nuestra, por este tipo de obsesión centralista que, cuando no nos la imponen, la proponemos nosotros mismos, como si la echáramos de menos.  

Xavier Bosch es periodista y escritor

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