

Salvador Illa ha declarado que Catalunya "debe marcarse el objetivo ambicioso de volver a liderar económicamente a España y volver a ser uno de los cuatro motores de Europa". Se trata de un objetivo mucho más ambicioso de lo que parece a primera vista, como veremos de inmediato.
Empezamos analizando la situación en la que nos encontramos: ¿Es que hace muy poco que Cataluña ha dejado de liderar económicamente a España y sólo lo ha dejado de hacer por causas coyunturales? ¿Acaso las bases sobre las que se asienta el modelo económico catalán son suficientemente sólidas para constituir un "motor de Europa"?
El indicador clave para responder a estas preguntas es la productividad, es decir, el valor de lo que producimos por cada persona ocupada. Como es sabido, el intenso proceso de reflexión que está ocurriendo en Europa (y que, hasta ahora, ha culminado en los informes Letta y Draghi) parte de la constatación de que la productividad europea está creciendo mucho más lentamente que la de EE.UU. En este contexto, ¿cómo está evolucionando la productividad en Cataluña?
La respuesta debe tener perspectiva suficiente, y el año 1995 es un buen punto de partida porque constituye el momento de salida de la crisis financiera e inmobiliaria de 1992-94, porque el fortísimo impacto de la adhesión al Mercado Común sobre un modelo industrial dirigido al mercado español ya había sido digerido, y porque ya se habían sentado las bases de un nuevo modelo económico alternativo basado en la inversión extranjera (factorías de Seat en Martorell, HP, Sony, Sharp, etc.) y al redoblar la apuesta por el turismo convirtiendo a Barcelona, también, en un polo turístico (Plan de Hoteles, Turismo de Barcelona y JJOO).
Comparando, pues, con el nivel de 1995, una persona ocupada en EE.UU. produce ahora, de media, un 54% más. La preocupación europea proviene de constatar que, en el mismo período, la productividad sólo ha aumentado un 26% en Francia, un 22% en Países Bajos y un 18% en Alemania, y ello a pesar de partir de valores más bajos. En cuanto a España y en Italia, este aumento ha sido de un insignificante 5%, lo que a nosotros no debería preocuparnos, sino alarmar. Porque sin aumentos de la productividad es imposible financiar una sanidad, una enseñanza y mejores servicios públicos. Hasta ahora, las mejoras de las que disfrutamos, hay que recordarlo, las hemos financiado con ayudas europeas y con deuda, pero esto ha terminado.
Pero cuando nos fijamos en Cataluña, constatamos que nuestra economía aún lo ha hecho peor que la media española. El lector lo ha leído bien: peor. Concretamente, la mejora no alcanza el 4%. Si ponemos la lupa sobre la trayectoria, comprobaremos que el Proceso no ha ayudado, pero que tampoco ha supuesto un cambio significativo en una tendencia que desde el principio ha sido igual o peor que la media española.
Debemos concluir que la apuesta colectiva que hicimos a partir de los años 1990 ha resultado equivocada. Nos ayudará a aclarar las ideas comprobar que la productividad en el País Vasco –que apostó a fondo por renovar su industria– ha aumentado un 17%, mientras que en Baleares y Canarias del monocultivo turístico se ha reducido, es decir , que un trabajador en las islas produce ahora menos que en 1995 (lo mismo ocurre en Andalucía y en Valencia).
El problema no es, por tanto, coyuntural, sino estructural. Constatado este hecho, es necesario un plan de acción que vaya más allá de constituir gobiernos business friendly y garantizar la seguridad jurídica, que han sido las recetas más invocadas hasta el momento. Después de todo, el rey de ambas –Madrid– no se aleja demasiado de la media española: un raquítico 6%.
Si realmente Catalunya quiere romper con una trayectoria que lleva no a la prosperidad compartida a la que aspira Isla, sino al empobrecimiento, es necesaria una fórmula realmente transformadora y que, a la vez, sea realista.
Esta fórmula realista debe partir de las bases que tenemos, que son fundamentalmente tres: una base manufacturera exportadora de un grosor importante aunque de tecnología madura, un sector turístico importantísimo pero muy poco productivo, y, finalmente, un sector científico todavía incipiente pero de calidad notable. Renovar la base industrial basándonos en la innovación científica no es imposible cuando se dispone de tradición manufacturera y si se invierten recursos de forma sensata; después de todo, los vascos han salido adelante. Reconvertir al sector turístico para aumentar su productividad también exige tiempo y dinero, pero no sólo es también posible, sino bastante más fácil. Ya sabemos que la Generalitat no dispone de los recursos necesarios, pero los que hemos trabajado allí sabemos que, cuando hay un buen proyecto, el dinero, tarde o temprano, acaba apareciendo.
Es necesario, pues, que Isla pase de las declaraciones a los planes.