Los cardenales en la Capilla Sixtina antes de cerrarse para empezar el cónclave.
09/05/2025
Periodista
3 min

El humo contamina, pero aquí hemos estado, inhalando fuerte. The show must go on, que dicen algunos; la liturgia, que dicen otros. Lo que está claro es que el espectáculo ha sido unánimemente masculino. Está claro que a los hombres les interesa todo lo que hacen los hombres y que la revolución de la Iglesia católica es siempre no hacer la revolución. Pero se me ha ido el santo al cielo. Nunca mejor dicho. Por el cielo, no por el santo, que a mí lo que me fascina no es un líder espiritual, y menos un papa, sino la sonda que lanzó la Unión Soviética en 1972 y que se espera que caiga en la Tierra antes de que acabe la semana. Según la Agencia Espacial Europea, será el sábado a las 8.18 de la mañana nuestras, con un margen de 18 horas arriba o abajo. No es poco margen. Si alguna vez estos de la ESA pierden su trabajo siempre pueden ir a trabajar a Cercanías.

No es nuevo que nos vaya cayendo basura del cielo; de hecho, generamos tanta basura que no me extrañaría que se pudiera llenar el espacio, aunque últimamente lo que más nos cae es piedra, quizás por alguna razón profética, o llámalo primavera, llámalo cambio climático. Y parece que la piedra ya ha hecho mucho más daño que esa sonda que se prevé que caiga al mar, que no quieras saber la de mierda que acumula este también, pobre. Según las estadísticas espaciales, en 70 años nunca ha caído nada sobre una persona, y la probabilidad es tan pequeña como que te caigan cinco rayos encima. Todas conocemos a personas que tienen muy mala suerte, a pesar de las estadísticas, así que... Pero confiemos en que, como mucho, caerá sobre algún pez, los damnificados de turno, porque no nos lo imaginamos cayendo sobre un crucero. Bueno, sí que lo imaginamos pero como argumento de película. Que no dejaría de ser paradójico que una sonda de la Unión Soviética acabara cayendo, 53 años después, sobre una de las opciones de ocio de la clase media más discutibles de nuestros tiempos. Y crucero es también como se llama la planta de las iglesias. Si es que aunque no quieras, todo acaba conectado.

La sonda en cuestión, que llamaron Kosmos 482, que como nombre, psé, tenía como destino Venus, pero nunca llegó a salir de la órbita terrestre. A diferencia de los papas, que viven fuera de órbita. Perdón. La sonda medía un metro de diámetro y pesaba una tonelada. Pero el tiempo es implacable y, con la edad, vamos cambiando. Y como este era un proyecto secreto de la Unión Soviética, no se sabe cómo habrá evolucionado. Solo lo saben los rusos. Es algo como eso de los cardenales, que se lo guisan entre ellos con un misterio injustificado, porque el verdadero misterio sigue siendo la Santísima Trinidad. En todo caso, la cosa tiene un aire a Good Bye Lenin que lo hace bastante entrañable, aunque después venga la gente de ciencia y te ague la fiesta diciéndote que cada semana hay cohetes y satélites que vuelven a la atmósfera. Y que la sonda soviética no es como un meteorito, en términos de los efectos que puede causar su caída; esto significa que los de la sonda son menores, o sea que quien desea que se caiga el meteorito para acabar con todos los despropósitos mundiales, no es el caso.

La gente de ciencia no entiende que para las personas que solo miramos el cielo para saber si tenemos que entrar la ropa tendida, nos parece muy extraordinario que un objeto que se envió en 1972, que no llegó a destino y del que se saben pocas cosas porque era un secreto de la Guerra Fría esté esta semana a punto de caer. De hecho, es infinitamente más extraordinario que ver cómo se reúnen unos hombres para decidir qué otro va a mandar en su empresa.

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