1.No hay prisa. Las prioridades son ahora otras. Encontrar a las personas desaparecidas, dar apoyo de todo tipo a la gente que lo ha perdido todo y arreglar ciudades, casas, carreteras y comunicaciones. Pero, alcanzados los mínimos humanos, no será suficiente con que Carlos Mazón dimita como máximo responsable político. Esto ya lo doy por supuesto. Luego, al todavía presidente de la Generalitat tendrán que juzgarlo. La incapacidad de su gobierno, que ignoró las consecuencias que podía tener la DANA, merecerá una sentencia a la altura de la catástrofe: más de doscientas personas muertas, vete a saber cuántos desaparecidos, poblaciones devastadas y la pesadilla del fin del mundo. “Piove, porco governo”, dicen los italianos. Pues sí. Cayeron 500 litros por metro cuadrado en ocho horas, se desbordaron dos ríos que se lo llevaron todo, y todo esto son desastres que dicta la naturaleza y que firma el azar más malévolo. Pero la negligencia de las autoridades valencianas llevó a la gente hacia trampas mortales. Y esto se tiene que pagar.
2.Victoria Rosselló, la mujer del tiempo de À Punt, la televisión pública valenciana, avisaba ya por la mañana de que estaban en alerta roja. No solo por los avisos de la Aemet, que advertía de los riesgos, sino también porque ya habían caído más de 400 litros en las cabeceras de unos ríos que sabían que no podrían tragar tanta agua. Por eso, a las 15.20 h ya dijo que no había que salir de casa. Textual. Con toda esa información, al alcance de todos, Mazón compareció y dijo que a las seis la DANA ya habría pasado de largo hacia Cuenca. Mentira. A esa hora, los ríos ya se habían desbordado y bajaban con el caudal equivalente a cuatro veces el Ebro. Cuando desde la Generalitat, a las 20.11 h, se avisó a toda la población, ya había muertos. Se quisieron curar en salud, pero paradójicamente ese mensaje será una prueba clave en un juicio. La incompetencia mató a muchos cientos de personas.
3.La desgracia valenciana, además, ha evidenciado tres fenómenos periodísticos: el centralismo madrileño, el partidismo cegado de no pocas cabeceras y el papel indispensable de unas redes sociales que afloran la realidad. Sin los testigos de la gente en X, en Instagram o en WhatsApp, se habría escondido la verdad de las consecuencias de la catástrofe hasta volver a la opacidad franquista. Con la riada del Vallès de 1962 se hicieron juegos de manos con dos censos de víctimas mortales, para que no parecieran tantos, se taparon el montón de negligencias en la identificación de cadáveres y no se detuvo el tráfico de niños huérfanos que hubo. Ahora la ciudadanía, empoderada en las redes, ha podido explicar y enseñar las cosas tal y como son, al instante. Por otra parte, ha sido penoso –pero nada sorprendente– constatar cómo los medios de comunicación de derechas, o afines al PP, han intentado minimizar la escalofriante gestión de Mazón y han mirado hacia otro lado cuando Núñez Feijóo metió la pata con sus declaraciones. También ha sido decepcionante –pero tampoco es nuevo– que esos mismos medios que piensan, escriben y hablan desde la capital hayan mirado la catástrofe desde un vergonzoso madridcentrismo. ¿De verdad les preocupaba cómo podrían llegar los madrileños hasta Valencia para los tres días de fiesta, si no había tren y las carreteras estaban cortadas?
4. Carlos Mazón, para poder ser investido presidente, necesitó ir de la mano de Vox. La primera medida conjunta fue suprimir la Unidad Valenciana de Emergencias. Se cargaron un “chiringuito de las izquierdas” y se alabaron por ello públicamente. Se colgaron medallas para ahorrarse un organismo superfluo, inútil. Esta semana hemos visto, con toda la crueldad, lo necesario que era coordinar las emergencias. Cuidado con los políticos que entre el poder y la gente eligen siempre el poder. Lo acabamos pagando todos nosotros.