¿De qué va, Cataluña?

Míriam Nogueras, Jordi Turull y Carles Puigdemont en rueda de prensa el pasado mes de marzo.
21/09/2025
Periodista
3 min

1. Jordi Basté tiene una costumbre. Desde hace unos años, el locutor con más oyentes de la historia de la radiodifusión en Cataluña hace la misma primera pregunta a todo artista que pasa por El mundo en RAC 1 para presentar una novela o promocionar el estreno de una película. "¿De qué va?" Hace cuatro días, le preguntaba a Cesc Gay, de entrada, "de qué va, ¿Mí amiga Eva?". Es una pregunta tan fácil, y tan corta, que descoloca. Por más estrategia de marketing que haya detrás de todo producto cultural, en ese momento el "¿de qué va?" obliga al creador, cuando menos se lo espera, a exprimir la quinta esencia de su obra. Lo conmina a hacer una sinopsis, a rajaploma, donde a menudo acaba explicando más del objetivo último del autor que de la trama de la obra. Al margen del guión que le haya preparado el extenso equipo de guionistas del programa líder, la pregunta de la puñeta coge en frío al invitado, que tiene la sensación, de repente, de que se juega la nota del examen en esa primera respuesta. Lo sé también por experiencia.

2. Esta pregunta quizás también debería ser la primera que Basté hiciera en las entrevistas políticas, que, por cierto, cada vez dan más pereza de escuchar. ¿Sería interesante que Salvador Illa dijera de qué va el autollamado "gobierno de todos"? ¿Y de qué va, ERC? ¿Y de qué va, Junts? ¿Y Podemos? ¿Y la CUP? ¿Y el PP? Todos estos partidos, en las últimas encuestas, van a la baja si hoy se celebraran elecciones al Parlament. Los dos partidos únicos que suben, hasta cifras que alcanzan el 25% de los votos de los catalanes, son los dos partidos de extrema derecha. Tanto Aliança Catalana, independentistas de extrema derecha, como Vox, ultranacionalistas de una españolidad recalcitrante, sabrían responder deprisa, sin complejos y sin titubeos, a la pregunta "¿de qué van sus respectivos partidos?" Tienen cuatro ideas claras, rotundas y expresadas hasta el aburrimiento. Se mojan y hablan tan claro que, disfrazados de democracia, congrian a miles de votantes para quienes la xenofobia ya no es un término indecente. Por el contrario, para ellos no es más que un medicamento eficaz para combatir los males del país.

3. ¿Y el resto? Los partidos tradicionales se están diluyendo por ni carne ni pescado, por no mojarse, por coger el rábano por las hojas. Se balancean entre lo que dirán y la moda de un "políticamente correcto" que les atenaza. Visto desde fuera, el PSC dice que se esfuerza por situarse en la centralidad, sin embargo, instalados en el poco ruido y en el mejor aburrir que sacudir, no resuelve los grandes temas de país: en la Catalunya de los ocho millones, no hay servicios ni vivienda para todos. Esquerra Republicana, colgados en la retórica de Junqueras y Rufián, que puede parecer empalagosa, trata de ganar tiempo para recuperar todo lo que ha ido perdiendo en los últimos comicios. Podemos se envuelve con un buenismo de poca monta mientras no se da cuenta de que el "no a todo" los hace antipáticos. La CUP, sin líderes, ya no sale ni en los Telediarios. El PP, con el único objetivo de regresar a la Moncloa, sigue en la absoluta irrelevancia en Catalunya.

4. Y Junts, ¿de qué va? Jordi Turull, en el consejo nacional de este fin de semana en Figueres, se ofendió porque los tachan de racistas por querer las competencias en inmigración. Mientras, las encuestas siguen demostrando que los votantes, a puñados, se les escogen hacia Aliança Catalana, y los alcaldes del territorio piden que el partido tenga un mensaje claro. En la política actual, jugar en la puta y Ramoneta ya no funciona. Y el pecado original de Junts viene, precisamente, por Ripoll. No impidieron que Silvia Orriols fuera alcaldesa, por no poner líneas rojas, ni este febrero hicieron posible la moción de censura que la descabalgara. Blanquear según qué ideas tiene consecuencias. Y Catalunya las pagará caras.

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