La Catalunya ignorada de los barrios vulnerables

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El barrio de Campclar de Tarragona

La Catalunya de los barrios vulnerables es una realidad a menudo invisible. Muchos prefieren no verla. Muchos nunca han pisado una realidad incómoda. Este fin de semana en el ARA la hemos querido retratar: hemos ido, hemos hablado con los vecinos, hemos preguntado a los expertos. El retrato que surge es el de unas áreas que se sienten olvidadas y estigmatizadas, atrapadas en un círculo vicioso de carencia de oportunidades y degradación urbana que no hace sino pudrir y eternizar los problemas. Los intentos de revertir la situación, que los ha habido, en la mayoría de los casos nunca han acabado de tener éxito por falta de continuidad y de medios. Las dos crisis de este siglo XXI han resultado letales para unos barrios que ahora mismo viven inmersos en el drama de la pandemia. Con el problema de la vivienda como factor decisivo, el paro, los déficits educativos y de salud, la debilidad asociativa y del comercio, y la pequeña delincuencia muchas veces asociada a las drogas son otros factores que se repiten en muchos de estos barrios, tanto del área metropolitana de Barcelona (sobre todo en el eje del río Besòs) como otros entornos urbanos de las demarcaciones de Girona, Lleida y Tarragona. Entre estos barrios hay algunos muy conocidos y marcados, mientras que otros, que igualmente sufren situaciones degradadas, son directamente ignorados por una gran mayoría de catalanes. Como si no existieran.

La Catalunya del siglo XXI, de hecho, concentra graves problemáticas sociales en las mismas zonas que hace cuatro décadas. Como si el tiempo no hubiera pasado y la realidad se pudiera ignorar. No quiere decir que no se haya hecho nada, pero en la práctica siguen muy por debajo de la media de bienestar del país. Podemos encontrar muchas excusas y razones para explicarlo, pero se mire como se mire es un fracaso colectivo. Son el patio trasero de un progreso repartido desigualmente, son los barrios que esconden una impotencia como sociedad, son la prueba palpable de un estado del bienestar débil que al final siempre deja en inferioridad de condiciones, y en muchos casos al margen de la legalidad, a un grueso demasiado importante de ciudadanos. Con las administraciones superadas, a veces sólo las entidades sociales y vecinales consiguen parar el golpe. Hacen un trabajo de suplencia imprescindible y loable. Pero no es suficiente.

No hay soluciones mágicas para revertir estos barrios, pero como país no podemos caer en el fatalismo de pensar que no hay solución y que de aquí a cuarenta años seguirán igual. Solo con unas políticas públicas decididas y persistentes en el tiempo, fruto de un gran pacto de país, que incluyan actuaciones transversales e intensivas en educación, urbanismo, vivienda, sanidad, seguridad, comercio y cultura, se puede pensar en una eventual vía de salida de la marginalidad, de la espiral de degradación. Los planes de barrios que en su momento impulsó el tripartito o los que ha hecho el Ayuntamiento de Barcelona en los últimos años son solo un punto de partida de efectos beneficiosos pero limitados. Hay mucho trabajo por hacer. Escuchar a los que viven allí es el primer paso. Y mejorar es posible, como se ha demostrado en algunos casos, por ejemplo en Bellvitge. Catalunya no puede seguir ignorando sus barrios vulnerables. Ese no es el país que queremos.

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