Imagen de archivo de un dispositivo de los Mossos
11/11/2025
2 min

Nos enteramos por el ARA, desolados, del precio que pagaron los compradores de una niña de catorce años. La querían y la obtuvieron por "casarla" con su hijo de veinte. Los padres de esa niña encontraron que era un buen trato y la entregaron, quizás satisfechos del negocio. Los compradores se la llevaron y la pusieron a mendigar. Pagaron cinco mil euros y cinco botellas de whisky.

Los cinco mil euros son el precio, y es un precio que nos indica que la niña debía ser un buen negocio. La casan con su hijo de veinte y la ponen a captar por las calles. Captar, pues, sobre todo si eres una criatura, debe dar bastante dinerillo. Por otra parte, no nos engañemos, los emprendedores no se conforman con las limosnas. Seguro que esos padres amantísimos, que le compraron una niña al hijo, debieron pensar que, cuando fuera un poquito mayor, también podrían ponerla de puta. Tienen una vida muy corta, estas canallas, enseguida se estropean.

De la historia sórdida, sin embargo, lo que nos remueve las entrañas como si nos las vaciaran con una gubia no es ni siquiera esta boda ficcionada. Las mujeres han servido desde siempre como botín de guerra. Es el whisky el que resulta insoportable. Se guardarían los cinco mil euros por la hija en el bolsillo o bajo un azulejo. Pero ¿y el whisky? ¿Se le bebieron? ¿Le mezclaron con cola? ¿Pusieron unos cubitos de hielo para hacerlo de mejor pasar? ¿Y una rodajita de limón? ¿Se lo revendieron, tal vez? El whisky es la broma, la parte festiva del trato, la que hace que los padres de la niña sean infrahumanos. Cinco botellas de whisky. Qué bien. Que no pare la fiesta.

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