Vicente Villatoro
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Organizado por la Asociación Amigos del Obispo Deig, el pasado viernes tuve la fortuna de asistir a Mollerussa al acto de presentación de la última novela de Vicenç Villatoro, Urgell, la fiebre del agua. Y en las cinco horas de celebración, entre presentación, cena y diálogos posteriores, escuché hasta cinco gritos de esperanza, ahora mismo tan escasa en nuestro país.

En primer lugar, fue un grito de esperanza que los Amigos del Obispo Deig convocaran a cuatrocientas personas, una noche de viernes de niebla y frío, en la presentación de un libro. Ayudaba el tema, el canal de Urgell, y el novelista, conocido en Poniente por sus cerca de cuatro años de trabajo de documentación precisa. Pero sí: personas venidas de todas partes se habían oído convocadas por un libro de seiscientas páginas.

El otro grito de esperanza llegó del incansable Carlos Tejedor, presidente de la Asociación y maestro de ceremonias del acto. Tejedor hizo girar su intervención sobre la frase que oía cada día de pequeño en Radio Nacional de España con la voz de Eduardo Chamorro en el programa La barraca: “Habrá un día en el que surgirá una nueva raza de hombres libres guiados por la tolerancia, y que tendrán por armas el placer de la vida, el gozo de la aventura y el descubrimiento de sus semejantes”. Tejedor homenajeaba a los vascos Eguiguren y Otegi, cuyo diálogo valiente había traído la paz a su país. Pero obviamente también era un clamor confiado a favor de la libertad, la tolerancia y la vida, aquí y en todas partes.

El tercer ingrediente de la velada, y el que nos reunía, era la novela de Villatoro, que el autor defendió de forma brillante y apasionada. Me atrevo a decir que es la obra más ambiciosa y compleja que ha escrito. Urgell, la fiebre del agua es, ante todo, una gran novela. Pero también es la crónica periodística de la construcción de un canal que fue la obra de ingeniería civil de mayor magnitud y dificultad en la Europa del siglo XIX, y de la que el país tiene poco conocimiento y nada de conciencia.

Ahora bien, desde mi punto de vista, Urgell, la fiebre del agua también es un ensayo donde Villatoro sostiene una atrevida y pertinente tesis: hay grandes sueños colectivos que, pese a los esfuerzos ingentes que se emplean, de entrada fracasan. Pero nadie sabe si en el futuro acabarán triunfando. Como el canal de Urgell, que tras tantas penalidades por construirlo fue un gran fracaso, hasta que 40 años después, tozudamente, voluntariosamente, no acabó convirtiendo aquel Clot del Demoni, un árido y polvoriento Far West catalán, en la llanura fértil que habían soñado aquellos que ya no pudieron verlo.

La velada siguió con una cena y debate en el restaurante Resquitx, bien atendidos por la señora Roser Daniel, la ama. Y la primera intervención fue la de Joan Martí, hijo de Les Pallargues, el cartero-filósofo que lo había estado en Bellpuig. Martí planteó una paradoja provocadora. Con referencias a los clásicos, Martí defendió que son los pesimistas quienes cambian el mundo, y no los optimistas. En un giro que desmentía a Gramsci –lo del pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad–, para Martí el optimista se acomoda a la realidad en una espera confiada y cómoda, mientras que es el pesimista quien, desconfiante del futuro, se apresura a cambiar el presente pensando en las nuevas generaciones. Razón y voluntad, pues, en la misma banda.

Pero cuando ya parecía que teníamos que irnos, el presidente Jordi Pujol tomó la palabra y en su más genuino estilo, al tiempo que mostraba su preocupación por el futuro del país, en relación con el debate sobre la inmigración , añadía contundente: “No estamos hechos para la voluntad de rechazo sino de aceptación, de acogida”. Una apelación directa a combatir toda tentación xenófoba, desde una lectura realista del presente pero llena de esperanza.

Interpretar los signos del tiempo no es fácil, y no suelen manifestarse en los titulares ni en las tertulias. Sin embargo, el pasado viernes, día de la Candelaria, de la luz, en Mollerussa se escucharon cinco gritos de esperanza, signos del tiempo apuntando en la misma dirección. Unos cientos de personas convocadas por un libro. Un homenaje a la libertad, la tolerancia y la vida. Una defensa del papel de la voluntad individual y colectiva, capaz de construir victorias sobre derrotas y decepciones previas. Un elogio de la capacidad transformadora del pesimismo al saber sumar razón y voluntad. Y una advertencia en defensa de la nación y la identidad, sin ceder a la tentación xenófoba que, esta sí, destruiría definitivamente lo que hemos sido.

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