Correbou y toro embolado en las fiestas de La Sènia.
27/10/2023
3 min

La política y sus contradicciones. O también podríamos llamar la política y sus servidumbres. Que en Cataluña nos llenáramos la boca, hace más de diez años, de haber prohibido las corridas de toros, pero, en cambio, dejáramos al margen los correbous, incluidas sus variantes más polémicas, es el ejemplo más crudo . De contradicción y de servidumbre.

Que en España entrara en vigor, hace un mes, una necesaria ley de bienestar animal, pero que excluya a los perros de caza o las corridas de toros, tampoco resiste el más elemental de los sentidos , que es el sentido común. Levantamos, aquí y allá, la bandera del bienestar animal, pero dejamos que se lo lleve la primera ventolera, ya sea en nombre de la tradición, del supuesto peso económico o de cuatro votos. Contradicciones, servidumbres o tal vez sólo cobardía. Hasta ahora.

La decisión de esta semana en el Parlament de dar trámite a una proposición de ley para eliminar, al menos, las modalidades más crueles de los correbous, como son los bueyes embolados, los cabezados y los toros al mar, es un primer paso y el síntoma que, esta vez quizás sí, toca ser coherentes y valientes. Muchos seguiremos aspirando a la legítima supresión de todos los espectáculos con animales, pero el cambio más notorio es que hasta hace cuatro días pedir a la mayoría de políticos la abolición de los correbous era como predicar en el desierto y ahora, en cambio, estamos en las puertas, como mínimo, de un debate profundo en sede parlamentaria y con posibilidades reales de conseguir avances.

Nos equivocaremos todos si enfocamos este debate como un enfrentamiento entre las Terres de l'Ebre y el resto del país. Estos días ya se ha producido algún intento en ese sentido. Porque esto no va de conflictos territoriales ni de progreso económico. Esto tampoco va de la supervivencia de tradiciones. "No hay tradición diez mil veces milenaria de que una comprensión repentina no pueda fulminar en un instante", decía el añorado Jorge Wagensberg.

Esto va de bienestar animal, y no se me ocurre una actividad menos acomodada para un animal, en este caso un buey, que atarlo a un palo para colocarle un artefacto metálico en los cuernos con dos bolas con material inflamable a las que se prende fuego, para soltarlo con los cuernos encendidos mientras le persigue una multitud. O atarle la cabeza con cuerdas y obligarle a correr por las calles mientras una muchedumbre la acosa. Éstas son algunas de las modalidades de correbous que todavía se practican en Cataluña sin ningún tipo de justificación. Porque hoy en día la razón ya no tolera estos espectáculos. Es por eso que cada vez somos más quienes defendemos que la abolición de los espectáculos que conllevan el sufrimiento de un animal forma parte del progreso moral. Ya lo advertía Ovidi hace dos mil años: "La crueldad hacia los animales enseña la crueldad hacia los humanos". Me gustaría recordar que, según una encuesta realizada en 2019 en Cataluña, un 80% de la población considera que los correbous es una forma de maltrato animal, físico y psíquico, y que estos espectáculos no deberían seguir existiendo. 8 de cada 10 encuestados!&_BK_COD_

Si el Parlament catalán quiere ser el espejo de la sociedad catalana, no se entendería que cualquier futura decisión se alejase de lo que hoy es el clamor mayoritario de la población. Porque no queremos ser prisioneros del pasado, sino que necesitamos arquitectos del futuro. Y seguro que todos coincidimos en que es una obligación social que las administraciones públicas protejan más que nunca los derechos de los más débiles –y lo son los animales– a través de unas leyes más justas.

En Roses (Alt Empordà) ya conseguimos en 2016 que el Ayuntamiento suprimiera la persecución de patos y los correbous de la fiesta mayor, y hoy nadie lo echa de menos, aunque los argumentos eran los mismos: tradición centenaria y riesgo de división social. No ocurrió absolutamente nada y hoy los rosincos y sus visitantes siguen disfrutando de la fiesta con plena normalidad. Porque al final, como nos recordaba el premio Nobel de la Paz Elie Wiesel, “ser indiferente al sufrimiento es lo que deshumaniza al ser humano”.

Quienes hace años que modestamente dedicamos una parte de nuestro tiempo a intentar reducir el sufrimiento animal sabemos por experiencia que el éxito es la habilidad de ir de fracaso en fracaso, pero sin perder nunca el entusiasmo. Esperamos que en el debate que ahora comienza, los diputados y diputadas cojan de una vez el correbou por los cuernos. En sentido figurado, claro.

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