Companys, Franco y la hipocresía británica

Lluís Companys, tomado en 1934 en el penal de Cádiz.
14/11/2025
Director adjunto en el ARA
3 min

Llegamos al cincuentenario de la muerte del dictador Francisco Franco con dos memorias enfrentadas. La memoria es un asunto de permanente actualidad. Somos memoria. Lo único que realmente nos conforma son los recuerdos: paradójicamente, es lo menos volátil de lo que tenemos. Los bienes materiales y físicos caducan, la memoria permanece. Si esto es así con las personas, todavía lo es más colectivamente.

¿Qué recuerdos, qué memorias tiene España de su siglo XX? ¿Qué personalidades le han definido? Pues fundamentalmente a Franco. En segundo plano, Primo de Rivera. Y si nos situamos más al final de la centuria, el tridente de la Transición: Suárez, el rey Juan Carlos y Felipe González. Pero la memoria española del siglo pasado gira sobre todo en torno a Franco, a favor o en contra. La República es como si no tuviera rostro ni perfil. Pregunta a un español medio si sabe algo de Alcalá-Zamora o de Azaña. La sombra del dictador es alargada: logró desprestigiar al régimen democrático republicano, y la Transición no lo arregló. Por el contrario, apostó por el olvido y acabó haciendo buena la idea de dos extremos enfrentados, no de unos sublevados militares inspirados en ideas fascistas contra un joven e inestable régimen democrático.

¿Cuáles son, en cambio, los recuerdos y la memoria que tiene Cataluña de su siglo XX? Tienen un carácter más republicano y plural. Las grandes figuras en torno a las que miramos nuestro pasado son Francesc Macià y Lluís Companys. También su precedente conservador, Prat de la Riba, junto con el auténtico contrapeso ideológico dentro del catalanismo, Francesc Cambó. Y aún, Josep Tarradellas, que fue el único punto de escape republicano de la Transición catalana y española. Más al final, claro, Pujol y Maragall, ambos hijos del antifranquismo y el catalanismo.

Esta diferencia en sus respectivas memorias es definitoria. España ha permanecido polarizada por el franquismo, para combatirlo o para reivindicarlo. Cataluña he estado marcada por el catalanismo, más insurrecto o más de orden. Franco quiso borrar el pasado republicano, y en buena medida lo logró en España, pero no en Catalunya, donde se pasó de la raya: la ejecución de Companys le elevó al panteón de los mártires.

Ya durante la Segunda República, las derechas españolas, ayudadas por la atmósfera internacional de miedo dentro de las democracias liberales ante el comunismo soviético, atizaron al espantajo revolucionario. La diplomacia occidental afincada en Madrid y Barcelona fue proclive a este relato. Franco empezó a ganar entonces.

Editorial Base publica ahora la recopilación de ensayos La 'pérfida Albión', de Paul Preston, donde el hispanista británico recorre los posicionamientos de los embajadores, cónsules y periodistas de su país afincados en España en los años 30 del siglo XX. Habla directamente de "traición a la república española" y de la hipocresía de la no intervención franco-británica, un pacto por el que "el gobierno legítimo [español] recibía el mismo trato que los militares rebeldes". Además, "las autoridades financieras de Londres hicieron la vista gorda ante las operaciones de la banca británica para prestar apoyo a los rebeldes que adquirían armas" mientras la República "encontraba todos los obstáculos".

Preston reproduce un artículo del periodista Stephen Spender en el News Chronicle de el 1 de septiembre de 1936 en que el autor se refiere al cónsul británico en Barcelona, ​​Norman King, un conservador que se había ido radicalizando a favor de los sublevados: "En Barcelona conocí a uno de los representantes diplomáticos ingleses más importantes que trabajan en España. Al cabo de un rato, y sin preguntarme por mis compañeros, me tono conmigo deseo de que Companys, presidente constitucional de la República catalana (con quien mantenía relación política de rango internacional, sólo superada por la de un embajador), hubiera sido fusilado tras la revuelta de 1934".

En efecto, al cabo de unos años Companys acabaría fusilado por la dictadura en medio del silencio internacional. Esa muerte infame es un recordatorio impreso en la memoria democrática catalana.

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