¿Por qué confío en Europa? / ¿Por qué dudo de nosotros?

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La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen.

¿Por qué confío en Europa?

En esta Unión Europea en la que cada maestrillo tiene su librillo, a menudo tenemos la sensación de que las cosas siempre se alargan y cuestan más que en otros lados del primer mundo, que ponen la directa. El último ejemplo: la vacunación. Uno ve las cifras de porcentaje de gente que ya ha recibido la vacuna en los Estados Unidos o en la Gran Bretaña y siente una envidia razonable. No solo son dos países que van a la suya sino que, precisamente por cosas como esta, los británicos optaron por el Brexit, para dejar de ser un estado dependiente de nadie. Pero igual que cuando éramos niños y volvíamos a casa con las notas, y los padres tenían la buena costumbre de decirnos que los suspensos o los excelentes de los otros compañeros de clase les importaban un pepino, aquí también tendríamos que ser capaces de entender dónde estamos. Si la Comisión Europea no hubiera hecho, por avanzado, la compra de vacunas conjunta y cada país hubiera ido a la suya, para España todavía habría sido peor. Ahora sabemos que de las vacunas que llegan a la Unión Europea España recibe el 10% y, de estas, el 16% acaban en Catalunya. Es una mera cuestión de equidad demográfica. Hay un criterio de solidaridad y, además, parece bastante justo. Por otro lado, los Estados Unidos de Donald Trump hicieron una apuesta por dos vacunas concretas y les salió bien. Europa, más miedosa pero más previsora, encargó dosis a más proveedores diferentes. Era una medida de cautela para, si alguna no se aprobaba –o no tenía los efectos deseados–, no quedarse sin nada. Era una cuestión de diversificar riesgos o, para decirlo coloquialmente, de no poner todos los huevos en la misma cesta. Me gusta esta Europa que genera confianza, que demuestra que las vacunas reducen los contagios, que avala con cifras los buenos resultados de AstraZeneca y que hace frente a Boris Johnson y a las farmacéuticas si no cumplen lo que firmaron. Desgraciadamente, ha hecho falta una pandemia devastadora para tener conciencia de cómo llega a ser de práctico ser un ciudadano de la Unión. Y orgulloso de serlo.

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¿Por qué dudo de nosotros?

Europa tuvo el acierto, hace ahora treinta años, de aplicar el principio de subsidiariedad. Recuerdo la mañana que Jacques Delors, entonces presidente de la Comisión Europea, nos explicó en Estrasburgo que el éxito de la Unión pasaba por que el poder de decisión estuviera lo más cerca posible de la gente. “Que lo que pueda decidir una región no lo regule el estado; que lo que pueda decidir un estado no lo regule la Unión”, decía Delors, un hombre bastante miope pero con una mirada política de largo alcance. Esta pandemia está siendo un buen ejemplo del principio de subsidiariedad. La compra de vacunas la ha centralizado la Unión pero cada comunidad ha priorizado las dosis para quien ha creído oportuno. Los estados de emergencia y los toques de queda fueron, en la primera oleada, unas normas que pusieron en práctica los países y, poco a poco, han ido delegando en el territorio. En Catalunya ya hace meses que el Govern y el Procicat deciden qué se puede hacer y qué no. Aunque nunca llueve a gusto de todo el mundo, está bien que las medidas se dicten desde aquí. Hoy mismo empieza el primer fin de semana en el que se permitirá una movilidad que estaba capada desde hacía meses. La gente podrá circular por su país después de semanas y semanas confinados en el propio municipio o, a lo sumo, en la comarca de cada uno. Este viernes será un sálvese quien pueda. La operación salida, con la burbuja correspondiente, será la imagen del éxodo hacia la oxigenación. Es necesario que nos toque el aire, cambiar de panorama, ver el mar, respirar montaña o incluso esquiar. Sorprende, sin embargo, que esta válvula de escape nos la permitan a quince días de Semana Santa, en el momento que los indicadores vuelven a ir al alza y que los hospitales no se han vaciado. Más todavía cuando Argimon reconoció que se había equivocado con la apertura decretada por la Purísima y por Navidad. Más todavía cuando en Francia e Italia los contagios vuelven a estar disparados. Y ya se sabe que el virus no conoce fronteras y que lo que pasa en Milán no tardará en llegar.

Xavier Bosch es periodista.

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