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Construir una taula

Sentarse en la mesa es un gesto de civilización, y los próximos dos años de la política catalana y española pasarán indefectiblemente por lo que suceda en una o varias mesas. Que el diálogo sea más un éxito que un fracaso dependerá de la cohesión interna de cada una de las partes para asumir renuncias, pero sobre todo de la habilidad para hacer funcionar el mecanismo del diálogo sin romperse. Con la figura del relator ya olvidada, los dos gobiernos tendrán que tejer una confianza que se ha destruido tercamente en la última década y que ahora ha hecho un adelanto con la liberación de los presos políticos.

Acuerdo en el desacuerdo

El primer paso para construir la mesa de negociación será ponerse de acuerdo en cuáles son los desacuerdos y establecer unas reglas del juego aceptables. En el ARA de ayer, Vicenç Fisas publicaba un artículo titulado “L'incert futur de la taula de diàleg” en el que el analista sobre paz y conflictos enumeraba un decálogo sobre condiciones necesarias antes de empezar una negociación. Además de condiciones vinculadas a la capacidad de diálogo, el artículo advierte que hay que descartar salidas de suma cero (uno gana y el otro pierde) y reconocer al contradictor como interlocutor válido, y recomienda una única voz en la defensa de la agenda propia y tener capacidad para evitar reventadores.

Si lo óptimo es cumplir estas premisas, hoy es muy difícil prever adelantos sólidos y satisfactorios para los unos y los otros. Además de la gran distancia de las posiciones, las dos partes negociadoras tienen disensos internos importantes. Tanto dentro del PSOE como dentro del gobierno catalán, donde una parte considera la negociación como una cuestión táctica y no estratégica, y podría estar tentada de anticipar con sus nulas expectativas el fracaso de un diálogo que realmente se presenta extremadamente complicado.

Además de las dificultades de los dos gobiernos, el principal enemigo de una solución histórica estable, es decir, que sea capaz de ir al núcleo de la cuestión -que no es otro que la arquitectura territorial de España y el convencimiento de una parte de los catalanes que no hay nada que hacer para mantener una relación leal y de progreso con el Estado- es el Partido Popular. Un agente que intentará sabotear la aproximación, ya esté en Madrid o en Catalunya. Si el PP de Catalunya fuera capaz de defender los intereses territoriales como el PP vasco lo hizo, por ejemplo, con la financiación, quizás tendría hoy algun otro papel que el de la irrelevancia. Pero hace años que la derecha popular perdió la capacidad de influencia que tenía con Josep Piqué, y hoy es víctima de la homogeneización de la formación, de la competición con Vox y del marquesado paracaidista de Álvarez de Toledo. Los populares han perdido progresivamente la capacidad de representación en Catalunya por alimentar un madrileñismo castizo, un nacionalismo español arraigado en el populismo. La competición ideológica con Vox, el eje Aznar-Ayuso y el ejercicio de la oposición como si fuera un combate de boxeo no permiten divisar una reforma territorial pactada. Solo sería posible si antes hubiera una revuelta interna de los periféricos del PP, una audacia hoy inimaginable. Así pues, la virulencia política del PP la marca el sector aznarista, que sacrificó Catalunya en el altar del patriotismo castizo y continúa sacando réditos de la política del “A por ellos ” a riesgo de perder incluso al empresariado.

Una derecha antiempresa

Pide discreción, como tantos otros empresarios a los que se les pide opinión. Es uno de los grandes, que exporta, mantiene la sede en Catalunya y ocupa miles de trabajadores en unos cuántos países. Catalanista moderado, se confiesa “huérfano” y dice que está “tan distanciado del independentismo como de los que no entienden qué está pasando”. Entre los que no entienden dónde estamos sitúa el PP de oratoria inflamada que trata a los empresarios catalanes como sospechosos de alevosía. Quizás sencillamente por este acento que tan molesto les resulta a los monolingües, o porque el simple hecho de comprender la realidad catalana les sitúa en una incómoda distancia. El empresario representa muy bien a aquellos que despiertan la ira de Aznar. Mira a Europa y al mundo y ni necesita participar en cacerías de la Corte ni vende interfonos. Pero como todas las grandes empresas, la suya necesita al BOE.

La distancia entre los empresarios catalanes y el PP se puso de manifiesto en el Cercle d'Economia con el apoyo a los indultos y la petición de una España más alemana que francesa, menos radial y más descentralizada. Los movimientos de Ayuso para participar en la mesa de comunidades autónomas para hablar de financiación, en aquellas jornadas, fueron infructuosos y la presión de Casado a Garamendi para que matizara su apoyo a los indultos tuvo unos resultados limitados. La respuesta fue directamente insultante.

El gran empresario afirma que “a los unos y a los otros el tejido empresarial les importa un pepino”, antes de concluir que, a pesar de todo, “no hay otro camino posible que no sea probar el diálogo”.

Esther Vera es directora del ARA

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