Contradicciones políticas

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Contradicciones políticas

No hace falta ser ingeniero aeroespacial ni llamarse Edward Aloysius (Murphy) para saber que si algo puede salir mal, solo hay que darle tiempo. Esta semana, cuando parecía que no se podía hacer más el ridículo en una votación, la realidad lo desmentía al por mayor y en dos sedes parlamentarias. Dos votaciones en circunstancias diferentes, pero con el denominador común de mayorías de gobierno frágiles e inestables capturadas por el tacticismo y con dosis superlativas de narcisismo y gesticulación.

En el Congreso de Diputados, dos electos de UPN díscolos cooptados por el PP no fueron suficientes para que descarrilara la reforma laboral, gracias al error de un diputado popular.

El resultado es que la ley más importante que ha aprobado hasta ahora la coalición PSOE-UP ha pasado por casualidad y sin la mayoría de la investidura.

En el Parlament de Catalunya, a la crisis de las licencias por edad la ha seguido un baño de realpolitik que deja la tradicional guerra entre realos (los pragmáticos) y fundis (los de la coherencia total con los principios) alemanes en una broma. La línea que va de Maquiavelo a Bismarck pasa en Catalunya por Roger Torrent y ahora por Laura Borràs.

La presidenta del Parlament tiene razón cuando dice que la han dejado sola. De hecho, ha actuado de la única manera posible sin paralizar la institución. Pero esto no la exime de haber decidido protegerse haciendo lo contrario de lo que había prometido en campaña electoral, como se puede comprobar en la entrevista que le hizo este diario el 8 de febrero de 2021, y en tantas otras declaraciones públicas hasta hoy.

Borràs afirmaba que se había “matado al Parlament, abolido” en la anterior legislatura y calificaba de “locura” haber retirado el escaño al president Torra “preventivamente”, “colaborando con el Tribunal Supremo”.

De entrada hay que dejar clara la desproporción y el abuso que significa desposeer a un representante de los ciudadanos de su escaño por una cuestión de libertad de expresión. Pero con la maquinaria administrativa y judicial en marcha, había que decidir si se retiraba o no el escaño a Pau Juvillà. El resultado deja en evidencia que no se puede hacer política de coalición desde la competición permanente entre los socios, sin ni siquiera un diagnóstico común sobre el pasado y el presente, o como si el mundo empezara cada día y el aprendizaje colectivo no se basara en la experiencia previa.

Laura Borràs pretendía esperar la actuación del Tribunal Supremo y evitar suspender el escaño al diputado de la CUP, pero se ha visto superada por la realidad en forma de tiempos parlamentarios y autoprotección y por la actuación de la secretaria general, cargo de su confianza. La realidad la abocaba a tomar una decisión difícil y ha decidido protegerse.

La decisión abre una vía de agua en su partido y en la estrategia de la “confrontación inteligente”, que es hoy menos creíble. Buena parte de JxCat y de los círculos próximos son conscientes de ello, y no esconden la decepción ni en privado ni, en el caso de Josep Costa, en público.

Los hechos son que el pleno votó una resolución que decía que Juvillà todavía era diputado, pero a él no lo dejaron votar porque -ahora lo sabemos- ya no era diputado, a pesar de que no se había informado ni a la mesa de la cámara ni a él.

Resumiendo el lío de la infinidad de pasos perdidos y pasillos de estos días, la pregunta nuclear que la presidenta del Parlament tiene que responder de cara a los ciudadanos es si mintió o fue engañada. ¿En qué momento supo que el diputado de la CUP había perdido el escaño a efectos prácticos por la actuación de la secretaria general del Parlament, Esther Andreu?

La pregunta es sencilla y de la respuesta depende saber si la presidenta fue engañada o si maniobró sin informar a sus correligionarios y a sus socios.

La competición permanente, la falta de diagnóstico común y la ausencia de una estrategia común han dejado a la mayoría soberanista a la intemperie de una opinión pública que puede ser independentista, pero que mayoritariamente ha sacado lecciones de 2017.

Las contradicciones es mejor afrontarlas rápido, y taparse los ojos no acostumbra a ser una buena estrategia en la edad adulta.

El soberanismo político ha dilapidado una energía social extraordinaria que hoy ha mutado, esta sí. El desencanto y el descrédito se extienden, y ya sabemos que la energía no se crea ni se destruye, sino que se transforma. En tiempo de dificultades, vigilemos que la energía no se transforme en rabia ni en antipolítica, porque soluciones mágicas y atajos ni los había ni los hay. La política sigue pasando por las urnas y el buen gobierno, o por una rebelión de la que muy pocos quieren ser víctimas.

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