El Parlament de Catalunya, que nos tiene acostumbrados a iniciativas legislativas bien avanzadas en materias sociales (lo digo sin ironía), no es, en cambio, capaz de tomar una postura mínimamente firme en lo que se refiere a los correbous. Puede leerlo en la crónica de Núria Orriols en este diario: se ha sacado adelante la tramitación de una proposición de ley de los comunes y la CUP para prohibir tres modalidades de correbous –el toro embolado, el toro caplazado y el toro en la playa–, consideradas las más agresivas. Sin embargo, la proposición salió adelante con pocos votos a favor y una mayoría de abstenciones, procedentes de las filas de PSC, ERC y Junts. En contra, los votos de PP, Vox y Ciutadans, partidarios siempre del maltrato animal, por considerarlo cultura e incluso un signo de identidad nacional. El motivo del abstencionismo de los grupos mayoritarios está claro: muchos diputados socialistas, republicanos y posconvergentes no quieren mojarse en esta cuestión porque en las Terres de l'Ebre, Tarragona y Girona tienen alcaldes y concejales favorables a los correbous. Pasan ansia de perder votos, si se pronuncian en contra de los correbous.
Y, sin embargo, los correbous son una infamia. Lo ideal es que no se celebre ninguno, correbous, ni de los más “agresivos” ni de los que se consideran “poco agresivos”, y aún sería más ideal no tener que prohibirlo, sino que el simple sentido común y una cierta idea de la decencia acompañe a las deliberaciones no sólo de los representantes del pueblo, sino también las de la ciudadanía.
Es más: los animales no están en este mundo para hacer fiestas a su costa. Las discusiones sobre si sufren mucho, poco o nada, o sobre el hecho de que estas prácticas bárbaras formen parte de tal o cual tradición, son irrelevantes y vacías de sentido. Los animales no son juguetes, ni autómatas, ni sacapuntas. Ponerlos en una situación que les causa, como mínimo, desconcierto y ansiedad, con un animal solo en medio de una multitud que le abuchea, le da empujones y trompazos, y le hace fantasías cómo atarle dos antorchas encendidas sobre la cabeza, no es divertido ni hace gracia alguna. Tampoco es una práctica que tenga ningún contenido cultural interesante. Que sea “tradicional” porque se ha alargado en el tiempo tampoco significa nada: las tradiciones no son buenas por ser antiguas. De hecho, dejarlas atrás es, en muchos casos, señal de vitalidad, progreso y mejora social.
No es necesario ser un activista para comprender que a los animales les debemos respeto. Como en todas las criaturas vivas y en todo nuestro entorno natural. Y que faltar el respeto a los animales es un síntoma de la facilidad que tenemos para perderle hacia nosotros mismos. Para quienes tengan necesidad de correbous, además, existen alternativas. En la localidad costera de Can Picafort, en Mallorca, celebraban una fiesta de verano con áneres (patos, para quien se atasque) a orilla del mar que era una salvajada. Hace años que sustituyeron las áneres de verdad por áneres de plástico, o de goma, y los participantes se divierten igual. Tomen ejemplo.