El coste de la ignorancia

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El coste de la ignorancia

Con el permiso del pangolín y gracias a la comunidad científica, parece que podemos empezar a pasar página de esta ola y probablemente de esta pandemia. Obviamente, no se acabaron las víctimas, ni tenemos ninguna garantía de que no haya ninguna mutación más o una aparición de otro virus que ponga el género humano contra las cuerdas, pero mientras no llega la siguiente crisis podemos pensar en la recuperación.

Este es el primer fin de semana de alegría en la calle y los buenos datos económicos deben acelerar los planes de recuperación. Han sido dos años y el trauma colectivo hará historia. Nuestro subconsciente está lleno de muertes en soledad, toques de queda, sonrisas enmascaradas, confinamientos y miedo. Pero la parálisis no es una opción en una sociedad que no quiera vivir su decadencia. Los buenos datos de empleo, de menor crecimiento en Europa, pero por encima de la media española, la exportación y la producción industrial muestran que la sociedad y la empresa están en tensión.

Cabe preguntarse si también está en tensión lo público y todo lo que depende directamente de la administración. Hay dos sectores en los que es básico avanzar: la salud y la enseñanza.

Sueldos y conocimiento

Catalunya debe salir de la trampa de mejorar su competitividad a costa de salarios bajos y debe centrarse en la mejora de la productividad, que pasa por la tecnología y el acceso a la financiación, pero sobre todo por el conocimiento, que reside en la escuela, la universidad y la formación profesional.

La escuela empezará el curso 2022-2023 con cambios complicados de integrar. Necesarios, pero polémicos y peligrosamente más inclinados hacia la complacencia que hacia la exigencia de esfuerzo y resultados. Es excelente que los jóvenes aprendan por competencias y sepan que el conocimiento, si no se conecta y aplica en equipo, sirve de poco. Pero si los maestros no tienen tiempo o capacidad de adaptar los materiales escolares y no actualizan su formación de forma continuada, será difícil conseguirlo.

La solución no es bajar los estándares. No ayuda la laxitud de la ley Celaá, que, con el objetivo de reducir el número de repetidores, no establece un límite de suspensos para pasar de curso en la ESO.

La nomenclatura tampoco ayuda a tomarse la evaluación del conocimiento en serio, sino más bien a disimular las escandalosas cifras de fracaso escolar. Desaparecen el insuficiente, el necesita mejorar o, dicho de otra manera, “no logrado” a favor de un aún más eufemístico “en proceso de logro”.

El discurso de mejorar la cooperación, la autonomía y el pensamiento crítico de los jóvenes contrasta con la desaparición de conocimientos básicos y materias que ayudan a la formación intelectual y humana como la filosofía.

Como afirma Gregorio Luri en el reportaje de Laia Vicens sobre las notas que hoy publicamos: “¿De qué sirve fomentar el espíritu crítico si no saben leer?” Y, añado, ¿cómo se formarán humanamente los jóvenes en un mundo con acceso maravilloso al conocimiento pero también dominado por la frivolidad tóxica de las redes sociales? Los padres perderán a algunos de los aliados en la escuela que intentan despertar en los jóvenes la curiosidad y la capacidad crítica para hacerse preguntas sobre sí mismos y el mundo que les rodea. No se trata tanto de estudiar a Platón como de aproximarse a las preguntas sobre uno mismo, responderse individualmente y ser capaz de actuar conscientemente con aquellos que tienes alrededor.

Proyectos y objetivos

Los cambios curriculares irán acompañados de un adelanto del calendario. Tiene toda la lógica de que los estudiantes se incorporen antes a la rutina académica, pero el departamento de Educación lo ha comunicado apresuradamente y sin responder a algunas preguntas clave en una sociedad tensionada por unos horarios laborales casi imposibles de conciliar.

Catalunya necesita inversiones y exigencia en las escuelas. Que los maestros se formen para adaptar los currículums al mundo y no ir pactando cesiones para no admitir el escandaloso fracaso escolar. Al paso que vamos, por ejemplo, solo los hijos de los que puedan permitírselo tendrán un nivel de inglés presentable que les permita competir en el mercado real. Rebajar los objetivos y utilizar eufemismos para no señalar lo que no funciona es la forma de perpetuar los errores actuales. Competencias, proyectos y también exigencia y objetivos que formen académica y humanamente. Sin olvidar la formación profesional. Suspender historia puede hacerte un magnífico mecánico o una extraordinaria electricista. Aprobar ingeniería sin haber pasado por una buena clase de filosofía y haberla entendido puede convertirte en un perfecto idiota. Eso sí, universitario.

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