No hay que ser especialmente sagaz para darse cuenta de que el PSOE está incómodo con la cuestión catalana en general y con la mesa de diálogo en particular. Solo hay que escuchar las declaraciones de Pedro Sánchez, que mientras que en verano decía que era una oportunidad histórica para la reconciliación entre catalanes y españoles, ahora solo ve una molestia, una traba al relato que quiere imponer de un gobierno centrado en la recuperación económica y sanitaria.
El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, ha ido a Madrid y ha tenido la delicadeza de no entrar en el debate de las fechas, pero sí que ha lanzado un mensaje claro: el proceso de negociación no se puede eternizar. Y todavía más: la amenaza de un posible gobierno PP-Vox no puede ser la excusa para volver a dejar pudrir la cuestión como si fuera una carpeta en un cajón.
Ahora parece que con las elecciones convocadas en Castilla y León para el 13 de febrero al PSOE no le conviene reunir la mesa y, por lo tanto, todo el mundo da por hecho que será más tarde. Esto no sería ningún drama, puesto que no va de unas semanas, si no fuera porque acaba extendiéndose la sensación o confirmándose la desconfianza de que si no es por un motivo será por otro, pero que nunca acaba de ser el momento propicio de abordar la cuestión catalana.
Para subsistir, la mesa de diálogo necesita que las dos partes se la crean y que trabajen seriamente, fuera de los focos y, cuando corresponda, de forma pública. A veces parece que Sánchez se olvide que necesita los votos de ERC para sacar adelante sus proyectos legislativos, por ejemplo la reforma laboral. Y al contrario, demasiado a menudo proyecta la imagen que solo actúa forzado por esta necesidad aritmética, y que no acaba de creerse la importancia de la mesa.
La próxima reunión, sea como fuere, tendrá que ser la que demuestre que hay voluntad sincera de dar pasos en firme hacia la resolución del conflicto. Todo el mundo entiende que no se conseguirá la amnistía o el referéndum de un día para otro, pero si la mesa quiere persistir y consolidarse como un instrumento útil tiene que empezar a dar frutos. En esta segunda reunión y en las que tienen que venir.
Desde Palau y desde la Moncloa afirman que hay contactos y que existe esta voluntad de hacer algún anuncio, por ejemplo en el ámbito de la desjudicialización. Como dijo en su día el exministro José Luis Ábalos, se tiene que "desempedrar" el camino de la represión para normalizar las relaciones entre Catalunya y España. Aragonès también ha pedido ser "imaginativos y creativos" a la hora de buscar soluciones. Lo importante es acabar con la anomalía que supone estar regidos por un Estatut que no es el que votó la ciudadanía y que sean estos mismos ciudadanos los que decidan, mediante el voto, su futuro. A partir de aquí, corresponde a los políticos catalanes y a la izquierda española (que gobierna gracias al hecho de que la derecha es residual en Catalunya y Euskadi) tener la altura de miras suficiente para encontrar una solución democrática a un conflicto que también es de raíz democrática.