Crímenes espantosos (contra las mujeres)

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Daniel Sancho, hijo de Rodolfo Sancho, detenido y rodeado de policías en Koh Phangan, Tailandia.

En los últimos años hemos visto multiplicarse el número y la frecuencia, y, por así decirlo, la presencia social, de tres tipos de crímenes violentos que se caracterizan por su ensañamiento contra las víctimas y también por el hecho de que estas víctimas son , casi siempre, mujeres y/o su entorno. Me refiero a las violaciones en grupo, a los asesinatos con posterior descuartizamiento de los cadáveres ya los casos de lo que se llama violencia vicaria, en los que un hombre mata a los hijos de la mujer –los hayan tenido en común o no– para infligirle el máximo sufrimiento posible.

En casos bien contados, resulta que el cuerpo descuartizado es el de un hombre (así ha sucedido con el caso más famoso de este tipo de crimen, el que tiene como protagonista a este tal Daniel Sancho), y también lo hay. , igualmente escasos, en los que la violencia vicaria la comete una mujer contra los hijos que ha tenido con un hombre. Pero en la inmensa mayoría de los casos los agresores son hombres que cometen alguno de esos ataques contra una mujer.

Llama la atención que hablamos de crímenes de una violencia extrema, que solían pertenecer al ámbito más oscuro, morboso y obsceno de la imaginación criminal, y que de un tiempo a esta parte se han convertido en materia para tertulias de programas del corazón, realities de gran audiencia y influencers de las redes seguidos por millones de personas, que hablan y comentan con deleite. La violación grupal era una triste fantasía que formaba parte del arsenal masturbatorio de los tipos más babosos de cada barrio, y ahora aparece, para una parte de la población, como una especie de ritos de paso que se exhibe y se comenta con orgullo frente a otros aspirantes a repetirlo. El descuartizamiento de un cadáver humano es una práctica muy especialmente complicada, sucia y enfermiza, y de repente oímos hablar de ello como de una forma casi razonable de deshacerse de un cuerpo muerto, que siempre es una presencia comprometedora. En el caso del mencionado Sancho, él presenta el descuartizamiento de la víctima como un argumento de defensa: no le mató, tan sólo lo hizo a pedazos. Por lo que respecta a dicha violencia vicaria, la monstruosidad del crimen no ha impedido que se haya convertido en un nuevo titular frecuente dentro de los crímenes de violencia machista, una especie de moda malvada, macabra y trágica.

El hecho de que casi siempre vayan dirigidos contra unas mismas víctimas –las mujeres– evidencia un fondo de resentimiento y afán de venganza. No faltará quien afirme que el motivo de tanta violencia, y tan oscura, es que el feminismo ha ido "demasiado lejos", como si la denuncia de un sistema de dominación justificara una respuesta en forma de atrocidades. Por el contrario, el panorama pone de manifiesto que, si acaso, el feminismo se queda corto. Obliga a pensar también en el papel de ciertos medios de comunicación, y en el tratamiento que hacen del género periodístico de la crónica negra. Y por último, a pensar en el papel de las redes como pozo ciego donde ir a remover, en busca de emociones cada vez más fuertes, más salvajes, más escabrosas y más alejadas de la racionalidad.

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