Casi llevamos un año de pandemia y nadie duda que estemos viviendo una emergencia sanitaria y social. Pero también una emergencia emocional cada vez más profunda. Quien más quien menos hemos perdido personas queridas, tenemos miedo de contagiar a nuestro entorno, vivimos detrás de una mascarilla y los abrazos nos son robados. Salimos adelante pensando en cuándo llegará el día en el que todo se volverá a ponerse en su lugar. Pero ¿cuál será ese lugar? No lo sabemos. Lo que empezamos a entrever es que no será igual que antes.
Durante los momentos más duros del confinamiento, la cultura entró como una fuente de energía inagotable en nuestros hogares ofreciéndonos aire, distracción y momentos compartidos a pesar de la distancia. Nos emocionamos juntos y nos recuperamos (un poco) como sociedad y como colectivo.
Nadie dudó, entonces, de la cultura. Nos la apropiamos.
Según el informe publicado por la Agrupación Europea de Sociedades de Autores y Compositores (GESAC), y bajo el título Rebuilding Europe. The cultural and creative economy before and after the COVID-19 crisis, antes de la crisis del covid-19 las industrias culturales representaban el 4,4% del PIB de la UE, con unos ingresos anuales de 643.000 millones de euros, y generaban más de 8 millones de puestos de trabajo. Pero todo esto se desplomó con la pandemia en un nivel tanto o más grave que en la industria del turismo o la del transporte aéreo.
El mismo informe también concluye que la cultura será un factor determinante para la recuperación de nuestras sociedades. Europa tiene que hacer uso de la capacidad transformadora de la cultura para impulsar y acelerar su salida de la crisis económica y social. Los agentes culturales de nuestros territorios tienen que jugar un papel decisivo en el proceso de reconstrucción de nuestras comunidades.
La paradoja es sorprendente: ¿cómo puede formar parte de la solución un sector que vive en la mayor de las precariedades? ¿Nos podemos permitir que la cultura, que tiene que ser uno de los ejes de la salida de la crisis, se ahogue?
En Catalunya la realidad es especialmente dramática porque partíamos de más abajo: un 0,65% del presupuesto y un 3,5% del PIB en enero del 2020. Entonces ya no estábamos bien y Actua Cultura ya reclamaba el 2% del presupuesto.
Y cuanto más al detalle vamos, más cruda es la realidad. Una encuesta que hemos impulsado desde la Fundació Carulla en colaboración con la Associació Plataforma d'Arts de Carrer y Street Arts Manifesto aporta datos que parecen imposibles: casi el 70% de los creadores en el ámbito de las artes de calle ganan menos de 500€ al mes por su trabajo artístico. De estos, un 20% no ingresan nada desde el inicio de la pandemia; y el 59% del total han visto reducida su actividad en más del 50%.
Si realmente la cultura tiene que contribuir decididamente a superar la crisis social y económica que estamos viviendo, ¿qué tendríamos que hacer para salvar un sector en caída libre? Exigir más presencia de la cultura en todas las agendas políticas, incrementar la financiación pública y definir un marco jurídico más sólido para sostener y hacer crecer el tejido creativo a largo plazo.
Situar la cultura como una respuesta transversal a todos los retos que tenemos encima de la mesa. Existen estudios que evidencian que la participación cultural, la educación artística y la presencia de organizaciones y equipamientos culturales en el territorio mejoran los niveles de salud, bienestar y educación, y generan beneficios sociales ligados al desarrollo de sociedades más cohesionadas y sostenibles.
Preguntar y escuchar más a un sector que lleva la creatividad en su ADN. Tengamos en cuenta su voz cuando la realidad se precipita y cuando hay que imaginar nuevas fórmulas para nuevas circunstancias. Es podernos imaginar mucho más a menudo tropezando con el arte en el espacio público, en la ágora donde todas las voces pueden ser escuchadas. Es confiar en un gran motor social formado por millones de inteligencias y talentos, tanto individuales como colectivos.
Tenemos los datos que nos demuestran que el futuro pasa para entender que la cultura es la respuesta. Necesitamos a la cultura y la cultura nos necesita.
La necesitamos para vivir, pero ella nos necesita para sobrevivir.
Marta Esteve es directora de la Fundació Carulla