La decisión de Zelenski

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Obra del graffiter Tvboy en el centro de Barcelona en la que aparece Zelenski con una señal de Stop pintada con los colores de la bandera ucraniana.

1. Las personas. La historia la hacen las personas. Y la dinámica de la guerra de Ucrania ha venido determinada por dos protagonistas. Uno es Vladímir Putin, obviamente, que representa en esta historia el poder del mal, la causa de un estropicio criminal. Y es bien conocido que es más fácil, al menos inicialmente, ponerse de acuerdo contra el mal que a favor del bien. A esta lógica responde la reacción europea. El oligarca Jodorkovski, caído en desgracia hace años, decía en una entrevista que “no entendemos a Putin porque le aplicamos una lógica política cuando solo hay una lógica criminal”. Se puede formular de muchas maneras, pero la lógica nihilista –actuar como si no hubiera límites– siempre es difícil de interpretar.

Putin es la causa. Pero todo habría sido de otro modo sin la reacción del presidente Volodímir Zelenski, con la inesperada autoridad política y moral que ha desplegado ante la guerra. En la entrevista a The Economist que publicaba este lunes el ARA, quedaba clarísimo el momento decisivo que ha marcado el devenir de esta historia. “Mi trabajo –dice Zelenski– es dar una señal para que la gente sepa cómo tiene que actuar”. Y lo hizo, como él mismo recuerda, con la decisión de quedarse. Lo que podía haber sido un paseo militar –como soñaba Putin– se ha convertido en una resistencia que el ejército ruso no es capaz de contrarrestar. Si a nosotros nos cuesta leer los comportamientos de Putin, a él le cuesta –encerrado en su búnker– entender la realidad. Y la decisión de Zelenski lo ha cambiado todo.

A veces nos perdemos buscando las causas determinantes de los acontecimientos, y convertimos en inexorables hechos que podrían haber perfectamente sido de otro modo. El factor humano es mucho más decisivo de lo que creemos. Y si Zelenski se hubiera entregado o hubiera huido estaríamos hablando de otra historia, más trágica todavía, en el sentido que los ciudadanos de Ucrania habrían perdido toda esperanza. Y las ilusiones de las revueltas de 1989 habrían decaído definitivamente. Zelenski pide aviones, tanques y vehículos de transporte blindados. Dicen que la ayuda que necesitan depende de si Rusia lanza un ataque químico. "No somos conejitos de indias con qué hacer experimentos”. E insiste en la ignorancia de Putin: “Veu Ucraïna como una parte de su mundo, pero no sabe el que ha pasado durante los últimos treinta años”. Y Europa lo tiene que saber.

2. Las urgencias. ¿Qué queremos decir cuando insistimos en que la guerra de Ucrania lo ha transformado todo? Sencillamente que de repente han aparecido en las pantallas unas imágenes que no somos capaces de dejar pasar descuidadamente. Dice Antonio Scurati, el biógrafo de Mussolini, que “el telespectador total gramaticaliza la experiencia televisiva: abandono del compromiso, de la participación política y del activismo cívico”. Pero en las mismas pantallas han llegado unas imágenes que lo han sacado de su confortabilidad. Y hemos entrado en el estadio del miedo. Putin lo sabe y juega con ello: la amenaza nuclear no busca otra cosa. Aun así, detrás de esta amenaza apocalíptica, todavía en grado de fabulación, han ido apareciendo otras muy concretas: el impacto económico y social de un conflicto del que cuesta ver una salida inmediata. Y de los Zooms entre Putin, Biden y Macron se ha pasado al repunte de la conflictividad social. El afán de convertir el conflicto en una oportunidad para una renovación de Europa fundada sobre la unidad va abriendo progresivamente el paso a la diversidad de intereses que condiciona siempre su eficacia.

La orden de Putin de invadir Ucrania tuvo como efecto un instintivo repliegue defensivo de las sociedades europeas, que han capitalizado los gobernantes, a pesar de alguna salida de tono (o de senectud) del presidente americano Biden. Pero ahora hay urgencias en cada casa: la necesidad de afrontar las demandas de una ciudadanía que ha pasado del miedo apocalíptico a la inquietud por la vida cotidiana. Y ya empiezan a emerger conflictos de intereses, que afectan tanto las medidas contra Putin como las líneas de actuación económica, donde reaparecen las fisuras entre neoliberales y socialdemócratas, por decirlo rápido. En todo caso, que los que gobiernan estén atentos a la pantalla por si sale Zelenski. Y que lo escuchen.

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