En el marco de la campaña electoral madrileña se ha hecho viral el anuncio de Vox con cifras inventadas donde dice que cuesta más atender a un "mena" –como ellos los llaman– que la pensión de una pobre abuelita. Muchos medios y otros partidos se han volcado en su denuncia: ¿racismo? ¿mentira? Todo eso, sí. Pero lo cierto es que los niños migrantes no recibían una atención adecuada ni le importaban a casi nadie ya antes de la llegada de la ultraderecha.
Nadie se atreve a decir en público que invertimos muy poco, por lo menos no lo necesario, en atender a unos niños que acumulan todas las dificultades del mundo. Y no lo dicen porque no es popular. Lo cierto es que a Vox le ha sido fácil hacer crecer el estigma sobre los cuerpos de esos adolescentes. No son migrantes cualquiera, son marroquíes, muchos son musulmanes –o los representamos como tales–. Sobre esta base se ha construido el miedo. Cuando pasan cerca miramos para otro lado, apretamos el bolso y el paso.
Lo cierto es que antes de que Vox tuviese representación, muchos de estos adolescentes ya estaban en la nada, hacinados en centros, e incluso durmiendo en el suelo como sucedió en el de Hortaleza en Madrid –ese que fue atacado con una granada que no llegó a estallar–. Buena parte de ellos no tienen si siquiera permiso de residencia –y aún menos de trabajo– porque muchas administraciones regionales, aunque están obligadas, no asumen su tutela legal ni se ocupan de ellos como deberían. Cuando cumplen 18, además –dependiendo de la comunidad–, esos chavales que huyen de la miseria de sus países o incluso de situaciones de abuso se encuentran en la calle. Sin papeles, sin poder trabajar, sin casa, a veces sin idioma, ni familia, ni tejido social que les dé una oportunidad y sí con gente que les gira la cara cuando van por la calle y policía que los acosa. Quizás lo raro es que no cometan más delitos. La pobreza no es nunca serena, la exclusión social, tampoco.
No, no es suficiente denunciar el racismo. Hay que pedir que estos niños sea regularizados y que se les permita trabajar a partir de los 16 como a cualquier otro niño español, porque en general es lo que ellos quieren. Son niños pobres que necesitan recursos para vivir, como los necesitamos todos. Aquí hay tarea para las administraciones, que invierten poco, pero también para las organizaciones sociales y para el tejido vecinal. Un ejemplo humilde quizás, pero digno de mención, es la Escola de Joves de Manresa, un espacio autogestionado vinculado a la PAHC donde estos adolescentes aprenden carpintería o a reparar bicis y pueden empezar a obtener recursos propios. Un espacio donde comparten información y ayuda para tramitar papeles o encontrar trabajo o vivienda. Pero más allá de las tareas de apoyo mutuo, la Escola de Joves es un lugar donde son reconocidos como parte de una comunidad, donde son, por fin, mirados a la cara. No hay mejor manera de luchar contra la extrema derecha y el racismo que ampliar el nosotros. No hay mejor seguridad que la que provee la comunidad que se cuida en vez de vigilarse.
Nuria Alabao es periodista y antropóloga.