

1. 2008. Estos días he recuperado un libro que el sociólogo y demógrafo francés Emmanuel Todd escribió al principio de la presidencia de Nicolas Sarkozy (2007-2012): Après la démocratie. La sensación de fragilidad es un fenómeno recurrente en la historia de las democracias liberales. Las consideramos el más civilizado y razonable de los regímenes de gobernanza –y en un terrible siglo XX estuvieron en serio riesgo por la amenaza totalitaria–, y cuando las cosas se tuercen entra el pánico. Pero aquel no era un momento cualquiera: la crisis del 2008 –la de la llamada revolución neoliberal– rompió los equilibrios sociales y de clase y está en el origen del conflicto actual: de ese estallido surgió nuestro presente.
Todd, asustado por la frivolidad de Sarkozy, temía un giro étnico de la política. Todos sabemos que los de fuera son la cabeza de turco habitual cuando las cosas no van bien. Y especulaba incluso con una deriva bonapartista del presidente, en aras de un proteccionismo continental, como recurso para salvar la democracia europea. No han pasado ni veinte años y volvemos a ello. El desencadenante de esta nueva inquietud decadentista ha sido la victoria de Trump, que plantea muchos interrogantes sobre la democracia americana, que era la garante con la que Europa contaba ante las amenazas autoritarias. Ahora son los propios Estados Unidos quienes han ofrecido al mundo una inquietante representación de signos de deterioro de la democracia. ¿Qué falla cuando un déspota –con el reconocimiento vía sufragio universal– puede llegar a poner el país bajo sus pies, habiendo violado reglas democráticas elementales sistemáticamente (y estando condenado por sus comportamientos)? No es banal: es la revolución de las nuevas élites americanas, que se han implicado directamente en la batalla política porque la democracia liberal es un estorbo para sus planes. Y quieren atenazarla debidamente.
Espectadora impotente, que ya antes de que la revuelta reaccionaria triunfara había empezado a claudicar, Europa se ha quedado muda. Con las extremas derechas como punta de lanza para integrar las derechas moderadas y alejarlas de cualquier intento de diferenciación y resistencia, da la sensación de que el futuro puede pasar por encima de la Unión. Estados Unidos y China han dado señales de sus intenciones. La irrupción de la tecnología china en la guerra financiera de la IA es toda una advertencia.
2. 2025. ¿Y ahora qué? Los gobiernos están debilitados en todas partes: Macron –el que parecía que se lo iba a comer todo– ha perdido el control de su país y no es atrevido afirmar que lo que le queda de mandato puede dejar una autopista a Le Pen. Y si vamos a Alemania, ocurre algo parecido. El ocaso europeo es evidente. ¿Puede que en el fondo estemos completando el ciclo que Emmanuel Todd anunció hace diecisiete años?
¿Ha hecho falta el espectáculo Trump para que nos diéramos cuenta de todo ello? Y, sin embargo, en el relato de la época que hizo Todd ya se apuntaban algunas cosas: el desbordamiento del individuo por el discurso económico, y el allanamiento de la política cada vez más burocrática y menos autónoma, más corporativista y más estrecha, con el fracaso primero y el desdibujamiento después de las alternativas, con la pérdida de cohesión por la huida individualista que vaciaba los espacios compartidos y castigaba a mucha gente a la intemperie, con el fervor por el dinero como ideología de reemplazo, y con el alejamiento de un estado con sensación de corporativo e insuficiente a la vez. ¿Puede que en realidad estemos asistiendo al final de unas instituciones desgastadas, incapaces de adaptarse a los cambios del mundo –y de Europa en particular–, que hace que la culminación del desmontaje emprendido con la crisis del 2008 nos coja fuera de juego y en pleno desconcierto?
¿Dónde están los conservadores, dónde están los liberales, dónde están las izquierdas? Buscamos y resulta que quienes llenan el espacio sin complejos son las diversas decantaciones neoautoritarias, con la extrema derecha al alza. Y la irrupción descarada de quienes han acumulado poder desde el 2008 nos coge sin respuesta y cada vez son más los que se apuntan. ¿Qué queda de la izquierda, si incluso la socialdemocracia está cada vez más desteñida? Los brotes de nostalgia nacionalista atestiguan la melancolía. El derrumbe de los sistemas de tipo soviético y la fuga hacia adelante del capitalismo en América están gestando nuevas formas de autoridad, y Europa lo vive en estado de shock. Siempre es útil recordar la advertencia de Éric Vuillard en L’ordre du jour: "Nunca se cae dos veces en el mismo agujero. Pero se cae siempre de la misma manera, con una mezcla de ridículo y de miedo".