Después de Madrid, ¿qué?

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Después de Madrid qué?

BarcelonaInaugurado el gobierno PSOE-Podemos se podía prever una legislatura marcada por un PP que, acentuando sus aspectos más derechistas y nacionalistas, intentara recuperar votos y liderar, por encima de Vox y de Ciudadanos, una victoria en las elecciones de 2023. Por el contrario, un rechazo decisivo al PP y sus aliados en este voto podría anular, quizás para siempre jamás, la tentación de la derecha española de hacer de la tensión con Catalunya la arma electoral predilecta. La derrota en las urnas de este PP revanchista tendría que ser, pues, un objetivo central de las fuerzas políticas catalanas, PSC y comuns incluidos.

En la reciente contienda electoral en Madrid el PP se ha posicionado en la línea prevista. El terreno le era favorable. A lo largo de los años el voto conservador en Madrid ha ido en aumento, impulsado en parte por la política de bonificaciones fiscales y de provisión baja de servicios públicos. No es, pues, una sorpresa que haya ganado. Pero sí la contundencia con la que lo ha hecho. Por más que nos pueda desconcertar, la pandemia ha jugado a favor. Ahora bien: mientras que la pandemia será transitoria, el triunfo del PP tendrá efectos más permanentes. Desde un principio significa que un proyecto político que pase por la derrota de PP-Vox en 2023 es hoy un reto más difícil que hace un año. Pero queda tiempo y nada está perdido.

Hay que decir que hay dos aspectos del resultado madrileño que son clarificadores. Uno es el hundimiento de Ciudadanos. Que el centro político español lo pretendiera ocupar un partido nacido para combatir el autogobierno de Catalunya era una patología que, afortunadamente, se ha revelado carecida de cronicidad. Por cierto, creo que en España hay base social para un partido de centro, pero no creo probable que aparezca ahora. Si el clima es de polarización no hay centro y, si no está, el centro lo ocuparán PP y PSOE.

El otro aspecto es que se hace evidente que el gobierno de coalición no tiene ninguna otra opción para formar mayoría que la de la investidura. Aprenderlo le ha costado caro al PSOE: la derrota de Madrid salió de un intento de propiciar el fortalecimiento de Ciudadanos. Desde Catalunya esta es una realidad importante pero que se presta a una lectura demasiado literal: la que concluye que ahora tenemos al PSOE atrapado y que podemos imponerle condiciones políticamente exigentes. No es así. Con un PSOE que se siente herido no podremos pactar nada políticamente significativo. El PSOE se enfrenta a un escenario complejo. Para llegar al 2023 con perspectiva de éxito tiene que atraer, o retener, más voto de centro que el que pueda perder por la izquierda. Lo intentará haciendo de los fondos europeos el centro de su política en los próximos dos años. No puede hacer nada mejor. En particular, el entendimiento con Catalunya, incluso los indultos, no disfrutará ni de urgencia ni de prioridad. Supondrá, y no le faltará razón, que los catalanes y los vascos no tienen otro lugar para ir. Me temo que el clima político no mejorará. Ojalá me equivoque, pero no veo en el horizonte inmediato ni los indultos ni la contención de la represión (que para mí también incluye el ensañamiento con el presidente Pujol).

Pero aun así el objetivo de 2023 subsiste y las situaciones, buenas y malas, se tienen que gestionar. ¿Cómo?

En las circunstancias actuales tienen razón los que piensan que no hay condiciones para garantizar que de la mesa de diálogo salga algo significativo. No se trata, como se ha propuesto, de darle una oportunidad de dos años sino más bien de congelarla, formalmente o de facto, durante dos años. La acción política del nuevo gobierno de la Generalitat (me tengo que creer a Jordi Sànchez cuando nos asegura que lo tendremos pronto) no tendría que dar vueltas en torno a las deliberaciones de esta mesa. Quemaríamos una cosa que algún día puede ser útil.

En cambio, y en línea con el Next Generation europeo, tiene todo el sentido del mundo centrar la agenda política en la recuperación y transformación económicas. Y ambicionar que el futuro, también político, esté marcado por un éxito en este frente.

En el dominio de la acción económica, la aritmética parlamentaria en el Congreso es, ahora sí, un factor muy útil. Si hay cooperación entre Junts, PDECat, ERC, PNB, etc., se podrá asegurar que la implantación de los programas europeos (tanto las inversiones como las reformas legislativas) se haga de una manera que sea territorialmente justa y que, en el caso de Catalunya, esté alineada con sus prioridades.

En los años que vienen, un gran acuerdo político puede ser imposible pero una concertación tranquila en el terreno de la economía, basada en un interés común por su prosperidad, no es una causa perdida. Se tendría que intentar.

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