La dictadura y el neofascismo

Vista del hemiciclo del congreso de los diputados desde donde hablan los diputados
16/11/2025
2 min

La memoria del franquismo vuelve a la escena mediática por el ritual de los cincuenta años de la muerte del dictador. Ese fue un día de celebraciones contenidas, en un clima de expectación porque eran grandes las dudas sobre cómo se decantarían las cosas. Recuerdo que con los compañeros de la revista Por Favor nos dio por jugar a ping-pong en la terraza de mi casa, hasta que de algún balcón vecino empezaron a surgir señales de indignación por la falta de respeto.

Lo primero y principal a recordar es que el dictador murió en la cama siendo jefe de estado. Y que, por lo tanto, la entrada en una nueva época –si algún consenso había es que sin Franco aquello no podía ser exactamente igual– empezaba con el fascismo en el poder. La responsabilidad de liderar la nueva etapa correspondía aparentemente al rey Juan Carlos de Borbón, precisamente entronizado como sucesor por el propio dictador. Pero ni él las tenía todas. Como ya he explicado alguna vez, hace unos años, en el CCCB, el rey Juan Carlos, en una exposición sobre la radio, en la sala que evocaba el atentado que mató a Carrero Blanco, me dijo: "Si esto no hubiera pasado, ni tú ni yo estaríamos aquí ahora". "Yo no; usted, no lo sé", le contesté. "Yo tampoco", me dijo, "porque no me habría dejado hacer lo que tenía que hacer". Una anécdota que refleja el hilo delgado sobre el que navegó la Transición.

La renovación general de la derecha, representada por Adolfo Suárez, abrió camino, pese a estar siempre en el punto de mira del franquismo irredento. Creo que fue un momento determinante el golpe de estado del 23-F. Aquella pantomima –que se anticipó a algún proyecto con más grosor y que pudo acabar muy mal– hizo el papel de vacuna. De repente, el camino empezó a allanar. Y Leopoldo Calvo-Sotelo, el presidente olvidado, elegido tras el secuestro del Parlamento, hizo posible que un año más tarde transfiriera el cargo al presidente Felipe González, que llevó al poder a un partido de la II República que había pasado la dictadura en la clandestinidad: el PSOE. La sombra del franquismo se desvanecía definitivamente.

Ahora, el quincuagésimo aniversario de la muerte del dictador coincide con un momento en el que la extrema derecha –la que todavía añora y santifica a Franco– ha entrado de lleno en la escena política. Y no solo eso, sino que, en la dinámica derecha-izquierda que articula la democracia, las derechas presuntamente democráticas se están alineando cada vez más con las extremas derechas en toda Europa. En el caso español, precisamente estos días –interesante coincidencia de calendario–, el PP ha dado el paso definitivo que hasta ahora había mantenido en la ambigüedad: la alianza con Vox, con motivo de la crisis valenciana, reconociendo a la extrema derecha como socio principal para la construcción de una mayoría en las Cortes españolas. Es decir, fin del tabú del fascismo. Las derechas se acomodan. No es lo mismo, dicen. Sí, pero se le parece. La unidad democrática contra el autoritarismo declina. El regreso de Franco a las portadas, en forma de 50 aniversario de su muerte, adquiere así un aire de advertencia. Y será sintomático ver quién y cómo conmemora la muerte del dictador.

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