1. Hace un par de años, en un club de lectura de una biblioteca de una localidad que no quiero mencionar por no poner a nadie en un apuro, había un hombre entre una veintena de mujeres. Nada nuevo porque es, más o menos, el porcentaje habitual en estos estimulantes encuentros entre lectoras y autores, Catalunya adentro. Enseguida intuí que él –sesenta hechos, bien afeitado, voz de barítono– era la pareja de una de las mujeres que llevaba la novela leída y subrayada. Se sentaban de lado y, de vez en cuando, se decían cosas en la oreja. Ahora sonreía uno, ahora la otra le tocaba la rodilla. Pequeños gestos que denotaban una complicidad juguetona que no era fruto, precisamente, de un matrimonio de largo recorrido. Por las miradas entre ellos adiviné un amor reciente, de primer vuelo. Al final del acto, a la hora de la foto de grupo, el hombre tuvo habilidad para escabullirse y no salir. Preguntó si lo colgarían en las redes sociales de la biblioteca y del ayuntamiento y, con discreción, salió del encuadre y se apartó de la mujer con la que parecía compartir nuevas ilusiones. Alguna de las compañeras del club de lectura, que parecían estar en la cabeza de la calle, les echó alguna indirecta. Pero, por un principio de prudencia, Pepet y Pepeta prefirieron no dejar ninguna prueba de lo que parecía, a todas luces, un amor cuando todavía sube.
2. En los últimos días, me he acordado de esa pareja y me he dado cuenta de que la literatura es menos peligrosa que la música. Desde que Kiss Cam del concierto de Coldplay ha convertido a Andy Byron y Kristin Cabot en la imagen de la infidelidad global, he pensado que nunca supe si mis dos lectores eran viudos, eran dos solteros con ganas de dejar de serlo, o si ambos tenían una familia por su cuenta y, una vez al mes, aprovechaban los . En cualquier caso, si era un asunto extraconyugal, la historia quedaba allí y nadie hizo un escándalo. Ciertamente, la reacción de Byron y Cabot cuando se ven pillados en la pantalla gigante del concierto de Massachusetts da mucha risa. Por las muecas y por la forma de él de sumergirse para desaparecer. Si estuviera preparado, no habría salido tan bien. La escena se ha propagado mundialmente a la velocidad de la luz, se ha colocado en el podio de la agenda temática de las conversaciones de verano, todo el mundo hace barrila, han salido millones de memes divertidos, se han vendido camisetas, los dos protagonistas tienen entrada en Wikipedia e incluso circula la broma de Lego como "Mi primer asunto". Ya han pasado quince días, pero los dos enamorados notaron, al instante, cómo la viralización es un arma de destrucción masiva. Más allá de cómo los hayan recibido cada uno en su casa, él ha tenido que dimitir de director general de Astronomer y ella ha plegado también, al cabo de unos días, como jefe de personal de una empresa que no conocíamos de nada y de la que todo el mundo habla como si fuera la Coca-Cola.
3. Pero las devastadoras consecuencias profesionales que ha tenido la imagen no son excesivas? ¿Qué escándalo es que se quieran a dos personas que trabajan juntas? ¿Hacían bien su trabajo? ¿Por qué, en el país de la doble moral, deben plegar Byron y Cabot, y Bill Clinton se mantuvo en el cargo pese al asunto con Monica Lewinsky? ¿Por qué Donald Trump, que ha hecho sonadas, sigue siendo presidente de Estados Unidos y estos dos gorriones han tenido que dimitir, avergonzados, antes de que los echaran? ¿Quién juzga? ¿Quién riñe? En el infiel, pira pública. De las redes sociales, vemos su capacidad invasiva e influyente, pero tal vez no nos demos cuenta suficientemente de su vocación moralizante. Los mensajes que se imponen son hoy los de la pureza de la santa inquisición. Y venga reír.