Estados Unidos: rebelión reaccionaria antifederal
Las democracias liberales se juegan buena parte de su futuro en EE.UU. También las europeas. Por el momento, el siglo XXI es un mal siglo para las democracias. En comparación con finales de los años 90, hoy hay menos democracias en el mundo, y algunas han sufrido un notable retroceso de sus estados de derecho: Turquía, Polonia, Eslovaquia, Hungría... y España. Parece que Trump y su gobierno quieren dar la razón a la conocida tesis de Levitsky y Ziblatt (2018) que dice que las democracias actuales no mueren por golpes de estado externos, sino por el desprendimiento de instituciones y ciudadanos hacia el autoritarismo.
De repente, dos obras han cobrado nueva vida: Vida y destino de Vassili Grossman (1960, publicada en 1988), una crítica al estalinismo, y El origen de los totalitarismos de Hannah Arendt (1951), la mejor obra con diferencia de esta autora. Dice: "Ya no podemos permitirnos recoger del pasado lo que era bueno y simplemente denominarlo nuestra herencia, rechazar lo malo y considerarlo solo un peso muerto que el tiempo enterrará en el olvido".
No conocemos todavía todas las consecuencias que tendrá la segunda presidencia Trump, pero ya parece claro que no se trata de un episodio efímero o anecdótico. En política interna, se está produciendo la erosión de tres elementos esenciales de la democracia americana: los derechos y libertades ciudadanos, la separación de poderes y el federalismo.
Asistimos a la erosión de derechos y libertades, con detenciones y deportaciones masivas de inmigrantes y violencia en las calles, mientras el gobierno central (federal) organiza desfiles militares y mantiene prácticas amenazadoras contra medios de comunicación y universidades.
También vemos la intervención de la Guardia Nacional californiana, un ejército que en principio está bajo la autoridad del gobernador del estado. Esto supone una injerencia en el pacto federal que dio origen a la existencia de Estados Unidos a finales del siglo XVIII.
De hecho, desde la fundación del "gobierno representativo" americano (1787) ha habido tensiones entre dos formas de entender el federalismo. Ya fue así entre el Partido Federal de A. Hamilton, más centralizador, y el Partido Republicano-Democrático de T. Jefferson, más favorable a los derechos de los estados (con J. Madison en una posición intermedia, más decantada hacia las posiciones de Jefferson). En los Federalist Papers a menudo se refleja un recelo "defensivo" respecto al poder de un gobierno federal que pudiera cuestionar los derechos de los ciudadanos y de los estados de la Unión. Una actitud defensiva que complementa la importancia que les founding fathers daban a la separación efectiva de poderes, especialmente la de un poder judicial independiente e imparcial, y una amplia libertad de prensa y expresión. El federalismo norteamericano representó una dimensión territorial de la separación liberal de poderes. "Que el poder controle el poder" (Montesquieu) y "que el interés controle el interés" (Madison).
En Estados Unidos, si falla el federalismo falla la democracia liberal. Y si esta falla, las consecuencias no se detendrán en aquel continente y la onda expansiva llegará a Europa. El momento actual supone una prueba de estrés importante para unas instituciones que han sobrevivido 250 años, porque los tribunales y el federalismo son dos piezas clave del sistema institucional (ambas muy dañadas en la democracia española –tribunales prevaricadores y lawfare; ausencia de cultura federal; además de policías patrióticas, cloacas del Estado, espionajes a políticos y corrupción generalizada).
Trump pretende llegar a situarse por encima de la Constitución. Va haciendo pruebas sobre sus límites. Y no está solo. Cuenta con una sólida base de apoyo “popular”. De hecho, hace lo que le piden la mayoría de los votantes americanos. El problema es que si consigue sus objetivos significará la muerte práctica de la democracia americana. Es la "rebeldía reaccionaria" del resentimiento antielitista y antiburocrático. Una rebeldía de los sectores menos favorecidos en contra del establishment (el Partido Demócrata en Estados Unidos; la socialdemocracia y el centroderecha en Europa).
El intento de asalto del Congreso americano (enero de 2021) fue un momento distópico. Pueden llegar más. Por el momento solo el gobernador de California, Gavin Newsom, se ha erigido en una alternativa desde la oposición demócrata. El resto del partido parece desaparecido. Las elecciones de medio mandato (2026) serán un indicador de dónde estamos. Pero todavía están lejos y seguirán pasando cosas.
En la práctica no está garantizado que el poder judicial actúe siempre con los criterios liberales de la separación de poderes (los tribunales de España y Polonia son ejemplos de prácticas iliberales). Ni tampoco lo está el blindaje del pacto federal frente a la centralización autoritaria.
Las democracias liberales siempre se están construyendo. Son un viaje que nunca llega a Ítaca. Y los barcos pueden hundirse en las travesías. Recordemos que en la Grecia clásica uno de los dos principales peligros a evitar era el despotismo (además de la anarquía). Parece que no nos hemos movido demasiado.