Los efectos de la vacunación en las residencias

Visita de familiares a la residencia Sant Pere de las Fuentes de Terrassa.
07/02/2021
2 min

BarcelonaAfortunadamente la vacunación de los residentes y trabajadores de los centros de la tercera edad avanza a buen ritmo y la semana que viene el departamento de Salut prevé poder poner todas las segundas dosis necesarias. El hecho que todos los residentes estén vacunados, sin embargo, no comportará, al menos al principio, una cambio en el protocolo que ahora mismo regula las salidas y las visitas. Esto ha provocado que haya voces a favor de una flexibilización del protocolo para que los internos, que ya vienen de sufrir una situación de aislamiento y de estrés por la pandemia, puedan ver que el hecho de estar vacunados tiene algún beneficio para ellos.

La decisión, obviamente, es muy delicada y corresponde a las autoridades sanitarias. Pero también es verdad que no se puede tratar igual a todos los segmentos de la población porque las necesidades vitales son diferentes. Las personas que están afrontando el final de su vida en los geriátricos, y que por su fragilidad han sido las primeras a ser vacunadas, necesitan más que nadie poder recibir el calor y el amor de sus familiares. Y también ellos, que les cuidan, necesitan poder recuperar una cierta normalidad antes de que sea demasiado tarde.

Por lo tanto, del mismo modo que con la apertura de los sectores económicos se está actuando de forma quirúrgica, definiendo en detalle a qué horas se puede estar en una terraza o hasta qué hora pueden estar abiertos los comercios, habría que flexibilizar el protocolo de las residencias para mejorar la calidad de vida de los residentes que han podido ser vacunados y que teóricamente están protegidos contra el coronavirus. Es cierto que hay muchas incógnitas todavía para resolver desde el punto de vista científico sobre la eficacia de las vacunas, pero también casi cada día aparecen estudios de su impacto positivo en los colectivos que las han recibido.

Se trata, como está pasando en todos los países a lo largo de la pandemia, de encontrar un equilibrio entre la salud física y la mental o psicológica, porque lo que no podemos hacer es condenar las personas mayores a vivir el final de su vida alejadas de sus seres queridos. Si durante la primera oleada ya vivimos el drama de las personas que morían solas en sus habitaciones o en las UCI sin poderse despedir, ahora estamos obligados como sociedad a hacer lo máximo posible para mejorar su calidad de vida y también la de sus familiares, que también sufren.

Y en el trasfondo de este debate habrá que abordar en algún momento un replanteamiento profundo de nuestro sistema de atención a la gente mayor que combine la atención médica y la protección contra los virus, el gran agujero negro durante el inicio de la pandemia, con su bienestar emocional. Hasta ahora las cifras de muertes y el drama humano asociado han sido tan bestias que nos han impedido ver los efectos colaterales del cierre. Como decía un familiar al inicio de la pandemia, "si no se mueren por el virus se morirán de pena". Se ha reducido, y mucho, la mortalidad en las residencias. Por eso ahora es la hora de que, después de la vacunación, recuperen una pequeña parte de la alegría de vivir.

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