1. Despertar. Me decía Elena Martín, la directora y protagonista de Creatura, en conversación en la SER, bajo el amparo de Anna Puigboltas, que hacer de director y actor a la vez, como hace ella, no es fácil de manejar, pero que ella se encuentra bien haciéndolo porque puede estar “absolutamente presente” en la escena, vivir el rodaje en la burbuja.
Fue la condición de niña tímida –¿quién lo diría ahora?– lo que la llevó a clases de teatro a los trece años. Genial intuición de sus padres, como se ha visto después. Y así entró de lleno en el mundo del cine, donde ha abierto espacios a menudo olvidados. Por ejemplo, el papel de la infancia en el desarrollo de la sexualidad y el deseo de las personas. Poca conciencia hay en las familias de que todo esto empieza a despertarse entre los 3 y 6 años. La ignorancia y el miedo habitan la gestión de estas fases de la vida, llenas de tabúes y, por tanto, vía abierta a las perversiones. "El patriarcado elimina la sensualidad", dice Martín. Placer y deseo son tabúes en la educación durante muchos años. Y no todos serán capaces de elaborarlo, de no arrastrar más inseguridades de la cuenta. “No solo nos inquietaba enamorarnos de nuestro padre sino que teníamos miedo a ser correspondidas, miedo a que la gente pensara que éramos pareja”. Me cuesta entender por qué Martín dice que "La obsesión amorosa de las mujeres es un tema muy político". Pero el argumento es consistente: “Estamos educadas para la dependencia amorosa y parece una ficción que podamos desprendernos de ello”.
Con dos películas como directora, un buen puñado de interpretaciones como actriz y un par de premios Gaudí con 32 años, Elena Martín ha llegado muy rápido. Y Creatura aporta sentido en un momento en que Clara Serra ha puesto sobre la mesa el debate sobre consentimiento y deseo, en el afán de que la simplificación reguladora no acabe reforzando las lógicas de sumisión y dependencia. La tentación de encontrar salidas simples a problemas complejos es destructiva. Nos pone en el camino de las máquinas: acumulan información, pero no tienen razón, pasión ni deseo, que son los ejes de la condición humana. Y Elena Martín ha construido un relato sobre la infancia y la construcción de la identidad sexual que quita oscuridad a la realidad.
2. Futuro próximo. Siempre cuesta zurcir las lecturas de fin de semana, fruto a menudo de picar un poco de aquí y de allá. La resaca del impacto de Creatura me ha acompañado por el recorrido. “Lo difícil de inventar –dice el cineasta francés Bertrand Bonnello– es un futuro relativamente próximo”. Y probablemente por eso pasamos tanto tiempo dando vueltas a las grandes promesas, sin que nunca se llegue a concretarlas. La política en parte vive de esto y, generalmente, quien acelera se despeña. Mirar al futuro próximo ahora mismo tiene un nombre, inteligencia artificial, el último mito del rebasamiento de la especie humana. El neurobiólogo Rafael Yuste, que es de los que no quieren andar a ciegas, empujados como estamos por el simplismo de la fascinación tecnológica, nos advierte: “Tenemos una responsabilidad histórica. Estamos en un momento en el que podemos decidir qué tipo de humanidad queremos”. Y añade: "La tecnología extenderá nuestros pensamientos y personalidad más allá de nuestra voluntad".
La inquietud del artista y la preocupación del científico se encuentran: ¿dónde vamos? ¿Somos actores en esta ruta? ¿O simplemente entramos en una fase de mutación de consecuencias imprevisibles? ¿Tiene que ver con ese tráfico hacia un futuro inquietante el despliegue bélico al que estamos asistiendo? ¿Debemos creer, con Yannick Haenel, que, como los personajes de Marguerite Duras, estamos condenados a la soledad, “esa transparencia que se confunde en el olvido”? Estamos en un momento de manifiesto desconcierto. Unos ven actores todopoderosos de dimensión universal que van a lo suyo. Y que, con control del espacio de comunicación, nos van rodeando. Lo cierto es que asistimos a las más sádicas agresiones nihilistas –de negación de la noción de límites–, con un retorno de las guerras al primer plano. Cuando el mal es lo que funda, algo va mal. Y el mal, en su máxima expresión, en cualquier ámbito (del público al privado), es el abuso de poder. Por eso es confortante el viaje a lo más profundo de la condición humana que hace Elena Martín, con tanta naturalidad como emoción.