Elon Musk es otro tipo de señor X. Una mezcla de apologista de la extrema derecha y narcisista cabreado, con el megáfono más potente de la sociedad digitalizada. Propietario de una red social que ha ordenado manipular para que el algoritmo amplifique las publicaciones del dueño. Más de un año después de su entrada en Twitter (rebautizada como X), los ingresos por publicidad han caído, los encontronazos con los reguladores se han multiplicado, el personal está a menos del 50% del que era antes, y el número de usuarios ha bajado. Pero tiene más de 194 millones de seguidores.
Elon Musk es un poder global con una agenda política y unos intereses privados, que muchos gobiernos democráticos no saben cómo gestionar.
Desde este fin de semana, la red X ha desaparecido en Brasil. El Tribunal Supremo de este país ha decidido prohibirla después de que la plataforma se negara a bloquear el perfil de seis usuarios de la órbita del bolsonarismo acusados de difundir noticias falsas. La decisión es polémica porque el juez, Alexandre De Moraes, conocido por sus investigaciones del intento de golpe contra los poderes del estado de enero de 2023, pretende multar también a los usuarios que intenten acceder a la red por otras vías. El multimillonario ha acusado al magistrado de "dictador", pero Moraes asegura que intenta proteger la democracia brasileña.
“Lo que antes llamábamos influencia se ha convertido en algo violentamente tóxico”, viene a decir la experta en redes sociales Renée DiResta en su último libro, titulado Gobernantes invisibles, sobre el poder de unos magnates digitales que se posicionan frente al mundo vestidos de visionarios alternativos, de supuestos defensores de una libertad de expresión construida con falsedades e incitaciones al odio, y con la capacidad de crear realidades a medida.
Elon Musk se ha convertido en la personificación más descarada de ese poder. En el último mes, ha difundido proclamas de guerra civil en Reino Unido, compartiendo publicaciones falsas de conocidos miembros del supremacismo blanco británico sobre los disturbios vividos a principios de agosto en el país, y sugiriendo que el gobierno estaba dando prioridad a la protección de los musulmanes y las minorías por encima de los manifestantes blancos.
A raíz del intento de asesinato contra Donald Trump, la red X se convirtió en una de las principales difusoras de teorías de la conspiración sobre el ataque, que tuvieron cientos de millones de visualizaciones. Además, un informe del Centro Contra el Odio Digital de Estados Unidos ha cuantificado al menos 50 publicaciones del propio Musk en X sobre las elecciones estadounidenses de este 2024 que han sido desmentidas por verificadores independientes. Sin embargo, estos mensajes llegaron a acumular más de 1.200 millones de visualizaciones.
La propia entrevista de Musk a Trump, retransmitida por la red, se convirtió en un masaje complaciente al candidato, un recital de mentiras y complicidades, pero también de necesidades mutuas e intereses comunes. Ambos pasan por momentos complicados: el expresidente y candidato republicano va ahora por detrás de Kamala Harris en las encuestas de cara a noviembre; Musk, por su parte, ha perdido miles de millones en ingresos publicitarios, que él achaca a una conspiración ilegal entre grandes marcas para privarlo de negocio.
Además, el frente que tiene abierto en Bruselas se ha ido complicando. La Comisión Europea lo acusa de haber convertido la red social X en un refugio para la desinformación y el contenido ilegal y, con el poder que le otorga la nueva ley de servicios digitales de la UE, la plataforma podría enfrentarse a una multa millonaria.
Y, sin embargo, son los gobiernos y sus propias limitaciones y dependencias lo que ha convertido a Musk, y al resto de gigantes tecnológicos en general, en actores imprescindibles de la política, la economía y las relaciones internacionales. Starlink, el servicio de internet por satélite de Elon Musk, ha sido crucial para Ucrania desde la invasión rusa de 2022; y SpaceX es una de las principales beneficiadas de la privatización del espacio y la externalización de vuelos que la NASA empezó hace una década.
La Comisión Europea ha repetido en varias ocasiones en los últimos meses que Musk no está por encima de la ley. El enfrentamiento entre la justicia de Brasil y la red X, o incluso la detención, en Francia, del fundador de Telegram, Pavel Durov, acusado de no hacer frente a la criminalidad que opera en su red –desde la pornografía infantil hasta el tráfico de drogas o el fraude–, demuestra que existe voluntad de actuar sobre la impunidad de las redes sociales. Pero la realidad es que estamos ante una concentración de poder sin precedentes en la historia de la humanidad, y está en manos de quienes controlan el espacio donde deberíamos poder informarnos para ser conscientes de ello.