Hoy hace 185 años que apareció publicada en un diario por primera vez la expresión "OK". El honor le corresponde al Boston Morning Post, que el 23 de marzo de 1839 publicó una nota en la que ironizaba sobre las prisas de The Providence Journal, cuyo editor había cometido algunas imprecisiones.
Pero si a ustedes les coge para averiguar de dónde sale esto de la OK, entrarán en un mundo de hipótesis: que si un presidente de Estados Unidos que queriendo decir “all correct” abreviar“oll kurrect”; que si es el nombre de unas galletas para los soldados; que si era un código de los telegrafistas (open key). Incluso los franceses reivindican que deriva de la abreviatura a la inglesa del puerto haitiano de Les Cayes.
Venga de donde venga, la OK nos tenta con su simplicidad estadounidense para despachar el montón de mensajes que se nos acumulan cada día en el móvil, pero hace tiempo que lo evito en uno de esos actos de militancia lingüística secreta (dime cuál es el suyo, porque seguro que no estoy solo) que sirve al menos para resistir y no ceder más palmos de terreno de catalán a beneficio del omnipresente inglés.
Y entonces, cuando quiero decir que algo me está bien, no escribo OK, sino que escribo “entendidos”. Es una expresión que oía decir a menudo a la generación de mis padres como fórmula para cerrar una conversación, y me gusta porque incorpora un sentido de formalidad que gana de largo la banalidad de la OK por cualquier cosa. Nunca nada está "todo bien" porque todo es perfectible. Entendidos, en cambio, sella un pacto después de que los dos interlocutores se han asegurado de que están hablando del mismo y aceptan mutuamente los términos del otro. Elentendidos es un OK consciente. Pero el OK sabe cómo infiltrarse. ¿Nunca te han preguntado “¿Qué me das la OK?”?