¿Qué esconde la expansión de la extrema derecha?

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Geert Wilders, líder del Partido por la Libertad, celebrando los resultados de las encuestas a pie de urna.

El ascenso por todo el mundo de los partidos y gobiernos que llamamos de extrema derecha debería obligarnos a pensarlos e incluso a calificarlos en unos términos diferentes a los clásicos. Y la coincidencia en el tiempo de la reciente victoria en Argentina de Javier Milei, del partido La Libertad Avanza, y en los Países Bajos de Geert Wilders, del Partido por la Libertad, más allá de la palabra que pretende calificar a sus partidos muestra hasta qué punto deberíamos dar la vuelta a los esquemas tradicionales con los que hasta ahora se han dibujado los mapas políticos.

Todavía ahora el esquema que se utiliza para situar a los partidos políticos es lineal, entre los extremos que van de derecha a izquierda. También es la línea donde se nos sitúa a los electores en las encuestas. Es una línea que tradicionalmente ha considerado que el principal criterio de clasificación es el interés económico y la clase social. Pero en Catalunya ya sabemos que este eje no explica toda la diversidad política, y solemos utilizar un doble eje: el ideológico y el nacional. Y ante los nuevos comportamientos políticos, recurrir a un único eje derecha-izquierda, en estos momentos, creo que oculta más que muestra. Una ocultación que genera confusión y que impide comprender el sentido de los cambios profundos que vivimos.

Hace años se había hablado de una nueva extrema derecha postindustrial. Ahora lo que se llama extrema derecha, yo creo que de manera imprecisa, ya tiene expresiones en todo el mundo, incluso donde eran difíciles de prever: de Trump a Milei, de Meloni a Wilders, y el Reagrupamiento Nacional de Le Pen, la AfD, Vox, por no seguir con Suecia, Finlandia o los países del Este de Europa. Es esta extensión en contextos sociales, culturales, económicos y políticos tan diversos la que debería obligarnos a hacer nuevas preguntas, nuevas investigaciones y nuevas nomenclaturas.

Los progresos electorales de los partidos mencionados a mí también me producen estupor e inquietud. Pero de los enemigos, para comprender su naturaleza, más que obsesionarse en lo que nos separa, es conveniente ver qué los hace atractivos incluso en los países de larga tradición democrática y de un bienestar más que notable. Etiquetarlos solo de xenófobos, ultranacionalistas, negacionistas, identitarios, y aquí de franquistas o fascistas, no sé si ayuda a ni a conocerlos ni a combatirlos.

No tengo ninguna respuesta clara, pero sí creo que se pueden hacer algunas distinciones básicas. Ante todo, una cosa son las ideologías de los partidos y los programas que defienden, y otra las razones de quienes los votan. Y puede ser perfectamente que haya una gran distancia entre una cosa y otra. En segundo lugar, es conveniente considerar el papel de las lógicas sociales que afectan a toda la política, no solo a la extrema derecha: populismos, desconfianzas, miedos, irritaciones antisistema... Tercero, hay que ponerse en la piel de quienes, más allá de las percepciones, viven inseguros, o de aquellos para los que la diversidad supone una amenaza real y, en general, de aquellos para los que las nuevas condiciones sociales conllevan una pérdida de control sobre el futuro de sus vidas. Y, claro, es urgente disponer de mayor conocimiento sobre cuál es el impacto de las redes sociales en la construcción de los nuevos imaginarios políticos y los vínculos sociales que crean.

Lo que es seguro es que las formas de combatir estos partidos no han sido eficaces: ni la demonización, ni los cordones sanitarios y las exclusiones, ni tampoco las “dulces alianzas” para desarmarlos. Y es por todo ello que digo que el término extrema derecha ya no describe adecuadamente la nueva realidad sino que la enmascara y la simplifica. Así pues, si ya no es el eje tradicional derecha-izquierda, ¿cuáles son los principales ejes polarizadores de las actuales conductas políticas?

Puede ser, como sostiene Axel Honneth, que busquemos reconocimiento y reaccionemos al desprecio. Puede que exista la defensa de una dignidad que se ve amenazada o perdida. Puede que se vean tambalearse principios por los que se ha tenido que luchar duramente, incluso perdiendo muchas vidas. Si así fuera, el problema no sería que hubiera quien se aprovechara de todo ese malestar, sino el propio malestar. Y de nada serviría cargar contra una caricatura llamada extrema derecha si no atendiésemos los múltiples malestares reales.

Eric Fromm, en Por una sociedad sana, hace cerca de sesenta años, ya advertía de que una sociedad sana necesita cinco cosas: combatir el narcisismo; ofrecer capacidad de trascendencia; asegurar el arraigo; garantizar un sentimiento de identidad para combatir el gregarismo, y disponer de una estructura que oriente y vincule. ¿Y si fuera la falta de todo esto, justamente, lo que explica lo que llamamos extrema derecha?

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