Karl Kraus se estaba muriendo cuando se enteró de que los japoneses habían invadido Manchuria. "Nada de eso habría ocurrido –exclamó– si hubiéramos sido más estrictos en el uso de la coma". No diré yo tanto, pero sí creo que no hay forma de desarrollar el pensamiento crítico ignorando el uso de las conjunciones. Estoy muy de acuerdo con Antoni Capmany: "Quien no sabe leer y escribir, nunca habla de pensado".
La lectura tiene defensores incluso entre los alérgicos a la letra impresa. Hay más reticencias con la escritura, posiblemente porque no hay actividad intelectual más compleja, exigente... y fructífera para quien quiera pensar por cuenta propia y se resista a seguir las órdenes de una máquina (de la IA). No deberíamos privar a nuestros alumnos, pues, de una competencia tan valiosa.
El "pensamiento crítico" no se nutre de la impaciencia de mi opinión, sino de la implacable disciplina de la redacción. Deberíamos ser conscientes de que escribir no es algo que ocurre después de pensar. Por el contrario: el acto de escribir es el pensamiento en acto. Escribir ES pensar. A menudo no sabemos lo que pensamos realmente hasta que lo escribimos.
Cuando nos ponemos a escribir creemos saber cómo vamos a desarrollar una idea, pero el proceso escritor tiene una cierta autonomía que nos sugiere continuamente alternativas impensadas. Al escribir siempre nos encontramos entre cruces de sentido. La escritura es un fenomenal espolón de ideas. Hay que tomarla, pues, en serio. Como decía Schopenhauer, escribir con negligencia es reconocer de entrada que no concedemos un gran valor a nuestros propios pensamientos. No debería admitirse a ningún alérgico a la escritura en el oficio de maestro.
Gracias a la escritura conocemos mejor lo que pensamos sobre una cuestión, descubrimos nuevas ideas y las ponemos a disposición de nuestra mente, progresamos arrojando la mirada hacia delante (para prever lo que escribiremos) y hacia atrás (para preservar la unidad de nuestro texto). Cada palabra es un zumbido de insinuaciones que nos tenta y a menudo nos desconcierta, porque nos abre a lo impensado de nuestro pensamiento. En ocasiones, siguiendo la tentación, escribimos una frase que contradice lo que habíamos asegurado en un párrafo precedente. Este es el momento de detenernos e interrogarnos sobre nuestra coherencia. "La escritura es el arte de hacer pensar", afirma Alberto Manguel.
Quien crea que el objetivo de la educación es desarrollar su potencial humano, no puede alquilar su autonomía intelectual a la IA. La IA en ningún caso es mejor que tú a la hora de descifrar lo que realmente piensas. Los alumnos que frente a una hoja en blanco no saben qué hacer son intelectualmente minusválidos. La madurez de nuestra voz interior se cultiva con la punta de un lápiz cada vez que nos fuerza a girar el alma hacia sí misma.
La escritura nos ayuda a desarrollar las posibilidades superiores esbozadas en nuestro espíritu y hacernos un poco más complejos. En este "poco" se encuentran las claves del descubrimiento, los matices del mundo y del alma.
Las tecnologías son prótesis antropológicas que realizan y amplifican lo que podemos llegar a ser. Nos ofrecen admirables posibilidades de desarrollo de nuestras capacidades nativas, pero hoy es ya evidente para quien tenga ojos que un aprendizaje eficaz requiere un uso de las herramientas tecnológicas que apoye el conocimiento interno, pero sin reemplazarlo. Sin interioridad no existe ninguna posibilidad de encuentro personal con la realidad. La IA es una herramienta que puede hacernos creer que tenemos superpoderes, pero por eso mismo puede estimular nuestra pereza metacognitiva. Las actividades escolares en las que con mayor rotundidad está creciendo esta pereza son las que tienen que ver con el ejercicio disciplinario de la autocorrección.
La peor de las ignorancias, decía Sócrates, es creer saber lo que no se sabe. ¿Pero cómo logramos una imagen fiable de nuestra ignorancia? Temo que nuestra ignorancia es siempre inalcanzable, pero si en algún dominio podemos hacernos una idea, aunque sea borrosa, de nuestros límites, es en la escritura, que es el diálogo interiorizado con nosotros mismos. En el proceso de este autodiálogo tropezamos continuamente con nuestros límites, pero lo hacemos sin espectadores ajenos y, por lo tanto, sin necesidad de escondernos detrás de máscaras de una fingida autosuficiencia.
Cedo la última palabra a Tom Waits: "El mundo es un lugar infernal y la mala escritura está destruyendo la calidad de nuestro sufrimiento. Abarata y degrada la experiencia humana, cuando debería inspirarla y elevarla".