1. La izquierda. Después de siete años de ausencia, fruto de las vicisitudes de un régimen que ha pasado del bipartidismo imperfecto a la multiplicación de grupos parlamentarios, ha vuelto el debate del estado de la nación en el Parlamento español. Y, como estaba anunciado, el presidente Sánchez lo ha aprovechado para definir su estrategia de remontada con un giro a la izquierda. El discurso de hoy tenía un solo objetivo: buscar la complicidad de sus socios contra cualquier ofensiva de una derecha “débil con los fuertes y fuerte con los débiles”.
Sánchez se ha dirigido reiteradamente a las “clases medias y trabajadoras”, definiendo así el espacio social de la socialdemocracia, como si diera ya por perdidos los sectores más desclasados que a veces buscan refugio en la extrema derecha. Ha buscado un tono analítico, poniendo énfasis en la inflación, para explicar que los males que sufrimos no son específicos, sino que responden a inesperadas causas universales: la pandemia, la guerra y sus efectos económicos. Ha defendido su gestión de las crisis recientes comparándola con la que hizo el PP de la crisis anterior. Y, sobre todo, ha ido elevando el tono de las próximas iniciativas que tomará el gobierno hasta llegar al anuncio de un impuesto de dos años a las grandes compañías eléctricas y a las entidades financieras y de un bonus para los trenes de cercanías. Todo esto completado por un recordatorio de las leyes en defensa de los derechos y de las libertades de las personas que ya están en curso, para acabar denunciando “la amplitud del movimiento reaccionario que recorre el mundo”. Siempre con el europeísmo y el compromiso con Ucrania como símbolos de la decencia.
2. Letanías. Giro a la izquierda y mirada a Catalunya. Sánchez sabe que para cualquier hipótesis de futuro, además de hacer el pleno de los suyos, necesita complicidades catalanas, el territorio apache del PP. “No hay tarea más noble que trabajar por la convivencia”, por el “reencuentro”, por “reducir la brecha emocional de quien se quiere separar”. Unas modestas letanías que preludien la reunión con el presidente Aragonès.
Sánchez tiene tiempo, un año y medio, para remontar, pero un obstáculo grande por el camino, elecciones municipales y autonómicas en primavera, que podrían marcar una tendencia irreversible hacia la caída (y en la cual algunos de sus líderes territoriales fanáticos contra el soberanismo le pueden amargar la vida). Después, en el segundo semestre del 2023, puede tener una propina de imagen: justo antes de las elecciones generales –si no se anticipan– habrá ejercido la presidencia europea. Pero la cuestión de fondo es el campo de juego: en un momento de graves turbulencias en el mundo y con una sacudida económica a corto plazo, ¿basta con el plan expuesto?
El periodo que se abre ahora en España se jugará en dos terrenos. Evidentemente, y por encima de todo, con la crisis económica y energética (en el marco del calentamiento global), pero también la cuestión catalana: Sánchez necesita un apoyo importante aquí. El PP apostará por la confrontación patriótica. ¿Hasta dónde está decidido a llegar el presidente español? Conocemos su habilidad táctica, pero siempre ha ido escaso de grueso desde un punto de vista ideológico. Hasta ahora la grosera oposición de Casado le daba mucho margen. Feijóo ha hecho de la moderación el estilo, pero cada vez que ha habido oportunidad ha dejado clara su complicidad con el vendaval reaccionario que vive la derecha (y, obviamente, con la ortodoxia neoliberal). Que el presidente del PP se indignara porque Sánchez definió España y el País Vasco como dos países es ridículo, pero marca cómo impregna mentalidades la cuestión territorial. Del mismo modo que cuando dice que derogará la ley de memoria que promueve el gobierno deja constancia sin ningún escrúpulo de cómo está la derecha todavía arraigada en el franquismo.
Sánchez se la juega en Catalunya. Él tiene que hacer política, pero sus potenciales aliados de aquí también. Y no nos engañemos: el independentismo está dividido entre los que querrían circular por la vía del diálogo, los que viven en la enfermedad infantil del cuanto peor, mejor, y un sector de Junts al cual no lo asusta el PP por simpatía con su ortodoxia económica.