De haber podido participar en las pasadas elecciones estadounidenses habría apoyado, sin lugar a dudas, la candidatura de Kamala Harris. Donald Trump me provoca un rechazo casi físico: es un personaje vulgar, malcarado, narcisista, imprevisible. Si me gustara escribir artículos destinados a adular a los lectores bienpensantes ahora alargaría las dos frases anteriores, ya correr. Pero artículos así ya se han escrito demasiado, encuentro. Por tanto, rascaremos un poco más la superficie a ver qué pasa. ¿De verdad habría votado Harris sólo ¿porque su adversario me caía muy mal y porque me siento más cómodo con las ideas de la vicepresidenta? ¿Seguro que sólo ¿sería por esta razón? Creo que no. Seamos descarnadamente honestos, ponemos las cartas boca arriba. Un servidor de ustedes es un profesor universitario y escritor que vive cómodamente en una agradable y tranquila zona del centro de Barcelona. Si en vez de eso fuese un trabajador manual o un granjero del Medio Oeste al que la globalización ha dejado totalmente fuera de juego, ya sus hijos aún más, ¿pensaría lo mismo? Creo que no. Las absurdidades que explicó Trump sobre los inmigrantes que se hacían bocadillos de perro o gato no significan que en Estados Unidos no haya un malestar importante. En unos casos puede ser imaginario, evidentemente, pero en otros, como en el tema de la creciente inflación, es muy real. ¿Se han equivocado votando Trump y otorgándole una concentración de poderes con pocos precedentes en ese país? Seguramente, pero esto no justifica la pretenciosa condescendencia con la que en Europa se juzga una democracia que funciona de forma ininterrumpida desde 1776. Hace años, Xavier Rubert de Ventós me dijo una frase memorable: "Es cierto que el fascismo sobrevuela a menudo los Estados Unidos, pero casualmente siempre acaba aterrizando en Europa".
El Viejo Continente está inquieto, y con razón: la victoria de Donald Trump puede tener consecuencias imprevisibles incluso a cortísimo plazo. Se subrayan sobre todo dos: la referida a unos intercambios comerciales que pueden quedar muy tocados, así como una nueva política de defensa lesiva para los intereses de la OTAN (y, obviamente, para los presupuestos de los países concretos que forman parte) . En ambos casos, estamos hablando de muchos miles de millones de euros. Muchísimos. Todo esto es rigurosamente cierto, pero a la vez incompleto. Deja a un lado –de hecho, oculta de una manera no del todo honesta– una cuestión que hace que la Unión Europea ahora mismo constituya una frágil excepción en el seno del damero mundial. No hace ni un mes, Vladimir Putin, Xi Jinping, Narendra Modi y los líderes de veinte países más se reunieron en Kazan, Rusia. Son los BRICS y representan a casi la mitad de la población mundial, una tercera parte de la economía del planeta y un potencial militar impresionante. La exitosa reunión de Kazán supuso una importante derrota, aunque discreta y medio disimulable, de la Unión Europea, y un gran fiasco en relación al supuesto acorralamiento de Putin. Con el triunfo de Trump, ahora es ya una derrota y media. El mundo va en sentido contrario a la Unión Europea, y no sólo por cosas relacionadas con los aranceles o la cotización internacional del euro. No, el asunto es mucho más profundo y está ligado, entre otras cosas, a la forma de entender a la familia y todo lo que ello conlleva en términos de valores. En La défaite del Occidente (2023), Emmanuel Todd, el demógrafo francés que predijo con pelos y señales la caída de la URSS una década antes de que ocurriera, demuestra que la afileramiento de medio mundo en torno a Putin hoy tiene más que ver con estos valores que no paso con razones económicas o militares. La mayoría de los países que en octubre se reunieron en Kazán no tienen claro que determinados cambios sociales recientes sean, en realidad, un progreso. Más bien los perciben como síntoma de decadencia. A esta percepción del mundo ahora se han unido Estados Unidos, es decir, la primera potencia mundial, a consecuencia de una victoria electoral rotunda. Aquí hemos querido relativizarla atribuyéndola a hombres blancos machistas y sin estudios que escuchan música country en una furgoneta destartalada. Verlo así nos tranquiliza: el autoengaño es sedante.
Aunque parezca que no ocurre nada, la Unión Europea se encuentra en el momento más delicado de su corta historia. Sus valores no son ya un faro para el mundo, y su modelo de sociedad es percibido por muchos como decadente. Para defenderlo, que creo firmemente que es lo que hace falta, primero conviene asumir y digerir que ahora mismo Europa va en sentido contrario al mundo.