Ursula Von der Leyen el lunes por la mañana, llegando a la sede de la democristiana CDU en Berlín.
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La noche electoral, con la caída del gobierno de Francia, con Alternativa para Alemania como segunda fuerza en Alemania, con la victoria paroxística de Meloni en Italia y con la subida general de la extrema derecha, no por esperada menos alarmante, corrobora que las izquierdas europeas siguen sin encontrar su sitio en el siglo XXI. Pero también que la táctica de las tradicionales derechas liberales, de incorporar fragmentos del ideario y el discurso de la extrema derecha para frenar a la extrema derecha, da justo el resultado contrario: alimenta y refuerza la extrema derecha. Macron (que ya empezó por no querer liderado un “partido” sino un “movimiento”, que primero se llamó En Marcha y ahora Renacimiento, y que en cada colada de revueltas sociales ha ido perdiendo una sábana de centroderecha) se ha quemado exactamente así. Ahora semanas de incertidumbre hasta las elecciones legislativas que ha convocado para el día 30. La personificación de esta derecha especuladora es Ursula von der Leyen, que a balón pasado, y después de haber hecho, por si acaso, todas las guiños posibles a la extrema derecha, ya vuelve a invitar a tejer mayorías liberales y socialdemócratas, como si aquí no hubiera pasado nada.

Pero ha ocurrido, claro que ha pasado. La normalización del neofascismo dentro del panorama político europeo es ya un hecho, y su negro fantasma convoca todos los malos espíritus del siglo XX. Se ha llegado aquí con los errores, descuidos, renuncias, inercias, incumplimientos y mentiras de todos. Algunos estados miembros de la Unión Europa ya venían con medio trabajo realizado, como España, donde no se ha trabajado la memoria histórica (salvo las honrosas, pero aisladas, excepciones) y donde la extrema derecha forma parte inseparable del sistema político y institucional. Sin embargo, que el Partido Popular haya conseguido tan magro ventaja, después de haberlo embadurnado literalmente persiguiendo a la mujer de Pedro Sánchez, hay que entender cómo un nuevo fracaso de Feijóo, que se compensa sólo por el incremento de votos que ha obtenido el PP. Plebiscito frustrado, por tanto, y previsiblemente la política española continuará su vergonzoso rumbo, ya cotidiano, de manipulaciones periodísticas y guerra sucia judicial. Los partidos independentistas catalanes van perdiendo, en cada elección, cientos de miles de votos, pero igualmente son incapaces de dejar de persistir en su absurda, ridícula, eterna bronca. En Baleares, resultados y participación han sido desastrosos para quien crea mínimamente en la democracia, y la esperanza reside en que, de quienes fueron a votar, un 41,59% lo hicieron aún por formaciones democráticas y más o menos progresistas. Por último, la irrupción de este tal Alvise y la astracanada pronazi de su partidillo debería hacernos entender que existe una cantidad importante de personas que ejercen un voto estomacal. Cualquier mamarracho puede tener éxito en unas elecciones, a condición de que su discurso sea suficientemente ridículo, absurdo y violento: porque así –ridícula, absurda y violenta– es como muchos conciudadanos nuestros entienden que es la vida.

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