Yo soy europeo. ¿Y vosotros?

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El norte de África y Europa desde el satélite Suomi NPP. NASA

¿De dónde estáis, vosotros? Yo soy un catalán de Europa. Confieso, incluso, un deje de mala conciencia eurocéntrica. En Europa, en general, me siento como en casa, en especial en Italia e Inglaterra (ya sé que se han ido de la Unión, pero son Europa). El frío me echa atrás en los países del norte. En muchos sitios no he estado, pero los he leído, los he disfrutado culturalmente. La cocina, por supuesto, el mediterráneo. La del aceite de oliva, que diría Josep Pla. Él también era un europeo viajero, a la vez practicante y escéptico, un poco a la forma fin de siècle de Zweig. Pero más vital. Cuando a principios del siglo XX los catalanes habíamos conseguido hacernos europeos, de repente con la guerra todo se derrumbó. Ahora la alargada sombra de la ultraderecha tampoco augura nada bueno.

En otras latitudes planetarias me encuentro fuera de sitio, incómodo, extraño. Como diría Najat El Hachmi, ¿qué fui a Marruecos? El viaje lo hice acompañado de un guía amigo que tenía como pareja a un marroquí, lo que mitigó la posible impostura exótica. Fui empujado por la familia y volví cautivado, pero turista al fin y al cabo. Años atrás estuve en Egipto y, iluso de mí, se me ocurrió ir a Alejandría en busca del rastro del Cuarteto de Lawrence Durrell: sólo encontré decadencia. Aún no habían construido la biblioteca. Pobre de mí, buscaba la Europa colonial, lógicamente despreciada por los egipcios de hoy.

En Europa puedo estar como ciudadano, puedo entender lo que veo y discutir lo que no me gusta. Puedo avergonzarme con conocimiento de causa de cómo tratamos a los foráneos: como si fueran transparentes, o directamente enemigos, con racismo y clasismo. Puedo criticar, puedo gozar, puedo comparar. Es como pasearte entre parientes, sé intimidades, historias, costumbres, miserias. Todo me interesa y me curiosa. A pesar de las barbaridades del pasado y del presente, mantengo un secreto orgullo civilizatorio libresco, artístico. Me perdería por muchos pueblos y paisajes, viviría en algunas ciudades, empezando por la Venecia de Ticiano o la Cambridge de Bertrand Russell. En cada ciudad visito el museo de historia, el jardín botánico, el mercado, el cementerio. Para saber qué idea dan de su pasado, qué comen y cómo cuidan la naturaleza y los muertos. Europa, para mí, es esto, un caldo cargado de memoria, sabroso.

También es, claro está, las guerras de religión y las nacionales, los genocidios y las fronteras, o el colonialismo. Prefiero quedarme, sin embargo, con ciudadanos de diferentes países y épocas que, sin renunciar a sus lenguas y patrias, sintieron el ideal humanista europeo: Erasmo de Rotterdam, Michel de Montaigne, los citados Zweig y Russell, o Simone Weil y Hannah Arendt. En nuestra casa, podríamos remontarnos a Ramon Llull, pero en el siglo XX tuvimos sabios que miraron continente allá con inteligencia y pasión como el padre Batllori, Joan Fuster y Josep Fontana.

Ahora tenemos elecciones. A todo el mundo le da pereza ir a votar. Nadie acaba de ser realmente consciente de la importancia de lo de Bruselas. Es como si la Europa vivida, viajada, cultural, económica, académica o turística no tuviera nada que ver con la política tan tan descuidada. La distancia mental es fabulosa y desastrosa. ¿Somos europeos o no lo somos? Podemos ir arriba y abajo del continente con libertad. Nos podemos exiliar cuando España nos persigue, ¿verdad? Claro que la UE nos ha decepcionado, claro que los estados defienden sus intereses, claro que los catalanes no tenemos estatus político propio, claro que ha habido el Brexit y que Ucrania se desangra. Todo esto es así. Pero desde el realismo de nuestro rincón, no podemos renunciar a querer más y mejor Europa, una realidad hoy amenazada por la Rusia imperial de Putin, en competencia económica con China dictatorial y asustada por si el amigo americano cae de nuevo en manos de Trump. Si dejamos que la ultraderecha siga creciendo, el peligro de un nuevo colapso aumentará. Como dice Edgar Morin, la disyuntiva está entre involución o humanismo. Yo, por si acaso, iré a votar. Como catalán de Europa.

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