1. En las últimas semanas he tenido el privilegio de comer en buenos restaurantes del país. Por diferentes motivos, me he sentado en establecimientos reconocidos del territorio, desde el Delta de l'Ebre hasta el Empordà, pasando por Barcelona y por Girona. He pagado comidas en locales con una estrella Michelin, en otros que nunca la tendrán y en alguno que yo se lo daría con los ojos cerrados y a perpetuidad. Pero en esta columna no voy a hablar de gastronomía sino de lo que me han explicado, a la hora de la sobremesa, los chefs o los dueños de estos locales, que a veces coinciden en la misma persona. Todos ellos me hablan de dos fenómenos que van desde la cara dura hasta la extorsión.
2. El primer caso es habitual. A un buen restaurante puede pasarle, por lo que me dicen, entre quince o veinte veces al año. Llama una persona, se presenta como influencer en las redes sociales y abiertamente explica que querría hacer una cena con ocho amigos y que, si el restaurante los invita, tomará fotografías, las colgará en las redes y hablará bien de él. Entonces, para prestigiarse, el influencer de turno explica los cientos de miles de seguidores que tiene en Instagram o en la aplicación que convenga. Ellos telefonean y, como el no lo tienen, buscan el sí. Lo hacen con entusiasmo, con charla seductora y con una cara dura que no se la acaban. Por lo que he visto, en mi trabajo de campo de poca monta pero sin embargo significativo, este tipo de llamadas se dan más bien en verano en los restaurantes de la costa, mientras que en Barcelona lo prueban durante todo el año. Pregunto a los restauradores qué tipo de persona es la que busca comer gratis con todos sus amigos. Pues hay desde influencers muy conocidos hasta otros que influyen poco porque no los conocen ni en su casa. Pero ellos lo intentan con la misma cara. También me hablan de presentadores de televisión, de todas las edades. La mayoría muy conocidos en Madrid. Pero me aseguran que también hay algún mediático catalán que hace la llamadita y, a cambio de comer gratis, promete un tuit en X con una buena reseña. Te lo venden como si te hicieran un favor. En los restaurantes a los que he ido me aseguran que, ante propuestas así, siempre dicen que no. Me alegro de que no caigan tan bajo. Y dice mucho de su honradez, no solo en la cocina sino también en la forma de actuar.
3. El segundo fenómeno es aún más habitual. Y es una práctica casi mafiosa. Todos estos restaurantes han recibido propuestas como esta: “Tú me pagas 200 euros al mes y yo te hago veinte reseñas positivas en Tripadvisor”. En este mundo hay tarifas de todo tipo y paquetes que te aseguran mejorar, más o menos rápidamente, en el ranking de las puntuaciones. También lso hay que te lo proponen “legalmente”, desde una agencia de marketing con su CIF, con IVA y todo, y los hay que te dicen de hacerlo todo en negro, sin dejar rastro, clandestinamente. Ciertamente, todos los restauradores que conozco –buenos y no tan buenos, expertos y novatos– están muy pendientes de estas reseñas y de las notas que dejan clientes que, en teoría, han cenado en ese lugar. El boca-oreja de toda la vida tenía la credibilidad de la persona que nos hacía la recomendación. Ahora no: cualquiera se envalentona a hundir un negocio con cuatro pestes sobre un arroz con moscas o un servicio endemoniado. Esto, a un restaurante, ya le estropea más el día que una mala crítica gastronómica en un diario. Pagar o no pagar, esa es la cuestión. Y esta es la extorsión. Y estamos a tres telediarios de que este impuesto revolucionario se convierta aún más en perverso: “O me pagas tanto o te escribiré comentarios negativos en Tripadvisor” La delincuencia es eso. Un listillo que quiere mojar pan en la salsa de los otros. El chantaje a menudo comienza a pequeña escala.