La familia del niño sin familia

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Javier Zamora: "Aprendí a no llorar ya No ser un estorbo para los adultos"

Los estadounidenses tienen un nuevo Huckelberry Finn, y ahora no es ficción, o si es ficción es la de la memoria. En Solito (Ediciones del Periscopio), Javier Zamora rememora las siete semanas que tardó en llegar desde una aldea salvadoreña hasta "El uso", como le llamaba el entonces Javierito de nueve años. Visto el auge de la moda de la autoficción, es al menos refrescante que alguien que nos habla de sí mismo explique (hoy las novelas cuentan más de lo que no) no narran) algo más que las cocidas de individuos de clase media con problemas de dinero, divorcios, pasiones, crianza y enfermedades todo aderezado con neuras posmodernas.

Zamora recupera la vivencia del niño que fue. desierto encuentra la solidaridad de una madre con una hija y de un hombre joven solo que la adoptan e interpretan una familia interina con documentos falsificados que, sin embargo, se capta como una verdadera familia: cuidando unos de otros se calor, abrazos, ayudándose a superar los peligros de la entrada ilegal en Estados Unidos guiados por coyotes y polleros. Zamora recoge con pericia literaria sus introspecciones en la memoria de esas semanas. En el libro se da voz a lo que el niño experimenta: lo que ve y huele, el cansancio, la curiosidad por la naturaleza, el imaginario de personajes populares (exploradores, documentalistas, superhéroes, cantantes). Otro libro reciente, Aquella niña de las palabras (Univers), de Anna Pagès, también es una recreación literaria de las heridas en una familia a través de la niebla de la ingenuidad infantil que a su vez percibe lo esencial.

Solito hace pensar en la supervivencia de un padre y un hijo en el mundo postapocalípico de La carretera. Cormac McCarthy, una noche en una habitación de hotel, mientras su hijo pequeño dormía confortablemente, proyectó la novela: un hostil mundo distópico como el que recrea ahora Zamora y que viven día sí día también muchas personas en todas las fronteras del mundo.

¿Qué hace ahora la chica o el chico que un día escribirá la historia de la llegada ilegal a Cataluña, de la indigencia, de nosotros? ¿Qué hace ahora aquel o aquella que un día sostendrá un espejo en el que buscar su pasado y en el que también se verá reflejado el ciudadano? ¿Tendremos alguna vez oídos para escuchar las memorias de quien llega de contrabando, para hacer de su memoria nuestra historia?

Zamora escribe un inglés salpicado de modismos salvadoreños y mexicanos que seguro que ha sido un reto para quien lo haya traducido. ¿En qué tipo de catalán escribirá quién nos escriba? ¿Queremos o podemos escuchar las penurias del trayecto, el paso por las instituciones, la carencia de una familia, el trato de la policía, el desprecio de la gente?

Tienen razón los comentaristas más hiperactivos que tienen a punto frías risas impostadas antes de escupirle al buenista que si tanto le gustan los inmigrantes que se les meta en su casa. Tienen razón, porque lo que necesitan estos chavales es alguien que lo cuide y los haga de familia. Quien escribe esto, por ejemplo, se declara demasiado poco generoso para practicar la hospitalidad con grandeza de ánimo. Y como él casi todos los ciudadanos, que no abramos las casas a los menores no acompañados. Como casi nadie se pone, las instituciones del Estado externalizan el cuidado de estos jóvenes en otras instituciones. La extrema derecha hizo público lo que cuesta alojar, acompañar, vigilar, educar, formar, controlar a cada uno de estos chicos. No se sintieron indignos por traficar con los recursos dedicados a los jóvenes no acompañados; así son estos que dicen las cosas "tal y como son" (Paul Luque dixit). La cantidad es elevada si la comparamos con el sueldo medio. No lo es tanto si pensamos en los gastos de la institucionalización. Allí donde no llegan las familias no llega el dinero. Celebramos, pues, las ocasiones en las que alguien escucha las palabras de un niño.

El único peligro de Solito es que el lector se sienta superior moralmente. Cabe recordar que las buenas ideas no son nada sin los actos, y leer puede ser transformador, pero no es un acto.

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