Financiaciones singulares

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Un barco de la Copa América entrenando en Barcelona.

«Sy la gente entendiera cómo funciona el sistema financiero,
creo que habría una revolución antes de mañana por la mañanaí»
Henry Ford

Desde que las dos palabras combinadas han entrado en escena, después de las elecciones catalanas y en medio de la agenda política del momento, que no dejo de barrenar. Y lo que queda de neurona, a esta altura del curso, va recuperando el cúmulo de financiaciones singulares acumuladas que somos –ya la vez, que no nos dejan ser. Algunos de ellos son estructurales, otros paradójicos y otros definitorios del momento que vivimos. Y la neurona se marea, por supuesto. El más reciente, que no anecdótico, podría ser el de la Fórmula 1. Mientras veíamos cómo un coche de competición derrapaba a todo trapo –ya todo humo– en la zona de bajas emisiones de Barcelona, ​​una de las ciudades más contaminadas de Europa , era imperativo rememorar que la factura del agujero del Circuit de Catalunya nos ha costado la quemadura de 12 millones de euros públicos. Podríamos añadir la Copa América –50 millones de euros y un contrato draconiano en el que se detalla que, en caso de beneficios, el último en ver un duro serán las administraciones públicas que lo financian. O el Mobile –150 millones de euros como mínimo entre 2012 y 2021. Sólo pongo las cifras y anticipo la reflexión: mucha inversión pública para muchas ganancias privadas; socialización de costes y privatización de beneficios, en la estela de terminar pagando fiestas privadas sin ningún retorno social. El turismo sí deja muchos millones, pero los deja en lugares muy concretos –¿a qué precio, con qué costes y con qué factura endosada a la ciudadanía? Mil preguntas para cada pucherazo.

La cuestión, canícula financiera ya menudo tan chismorrea, es que rebobinar por la memoria económica reciente del país cuece y duele, al comprobar, por enésima vez, cómo nos pluman desde hace tanto –y con tanta impunidad. Como un recuerdo de infancia, adolescente e ingenuo, me viene a la mente cuando en clase, en la UAB, nos explicaban las cuentas de la moratoria nuclear española de los años ochenta –es decir, el coste de no construir más centrales y la compensación millonaria en las empresas nucleares. Escondida en el recibo de la factura eléctrica, la estuvimos pagando durante 19 años, entre 1995 y 2015, por valor de 5.717 millones de euros. Me ahorraré cómo se privatizaron algunas empresas públicas –Telefónica, Endesa, Repsol o Tabacalera– casi regaladas. En dos décadas privatizadoras –entre el impulsor Felipe González y el acelerador José María Aznar– se vendieron 75 empresas públicas a precio de saldo, y ahora todo son lamentos. No me ahorraré la criminal y singular financiación del ciclo militar-industrial español, tan cínicamente asistido por el sector público. El gobierno más progre de la historia, habrá que recordarlo todos los días, sigue siendo el más militarista. Y todas las previsiones apuntan a que aún lo será más. Con un matiz no menor: el mito otanío del 2% del PIB está más que superado en el Reino de España, como recuerda la impagable labor del Centro Delàs. Por ahora estamos en el 2,17%, con 27.617 millones de euros.

Pero si entramos en la materia concreta que remite a la reaparición repentina, pero antigua, del melón de siempre, el lugar común y evidente sería reconfirmar que, por financiación singularísima y secular, la de Madrid. Y no lo digo como tópico típico, acaba de decirlo la Hacienda española: 127 euros de inversión por cada ciudadano en Madrid, por 66 en Catalunya. Al desbarajuste se ha sumado esta semana Foment del Treball tachando de escandaloso los 42.000 millones de déficits en infraestructuras –la estación de la Sagrera, que debía estar operativa en el 2012, se espera ahora para el 2027. Mientras, la Generalitat sigue estimando en 22.000 millones anuales el desequilibrio fiscal catalán, que linda el 9,6% del PIB. Y a la voz patronal de Fomento, ve qué cosas, se ha sumado una inesperada voz dimisionaria de Vox en la Comunidad Valenciana, que critica al partido por olvidar la infrafinanciación del país. Mientras, el otro día leía, contra el mito de los fondos buitre, el arraigo del capitalismo rentista catalán -6.000 millones anuales que reciben por el precio desbocado de la vivienda. Y recordé que un 30% de la sociedad catalana no podrá permitirse este año ni una sola semana de vacaciones fuera de casa: seguramente porque están pagando las vacaciones de otros.

Y llegamos al detalle de la singular financiación pública, camino singularísimo de un delito crónico como es el fraude fiscal. La respuesta han sido cuatro amnistías fiscales: perdonar a los que más tienen para que sigan teniendo más –la democracia explicada al detalle a los niños. Pero singular, por indecente, fue el que remachó el Constitucional a propósito de la última amnistía: que la última era del todo ilegal, pero que no pensaba anular ninguno de sus efectos –es decir, perdonar 3.000 millones de euros. Ahora bien, por financiación singular, estructurada y acumulada, la de la banca convencional –que sí, que ya, que la banca siempre gana, coi. Al rescate público que nunca han devuelto –50.000 millones de euros– cabe sumar los beneficios netos de 26.000 millones de euros, en máximos históricos, registrados durante 2023. ¿Hablamos? Este año ya han aumentado las ganancias un 17% respecto al mismo período del año pasado. Más singular –singularísimo– es el tema de la banca europea. El BCE le concedió durante 2023 144.000 millones de euros de beneficios extraordinarios, retribuyéndoles los depósitos al 4%, mientras que de media el ahorrador recibe un 0,35. O las eléctricas y los mal llamados beneficios caídos del cielo, que no se caen del cielo, suben de nuestros bolsillos. 6.000 millones de beneficios durante un 2023 en el que se nos dijo que subía por el contexto de la maldita guerra. O las farmacéuticas, que durante los años 2021 y 2022, entre la Covid-19 y el apoyo público tuvieron beneficios de 90.000 millones de euros. Márgenes de beneficio –beneficios de sanguijuelas– que oscilaron entre el 49% y el 76%.

Podríamos pasar al por menor, porque hay casos más concretos que explican todo. La historia del Castor de Florentino Pérez la saben toda –a razón de 1.650 millones que ustedes pagarán en el recibo del gas hasta el 2044. Más distraída, de pública distracción, es la operación de Amazon en El Prat de Llobregat: la Generalitat le vendió un terreno por 30 millones de euros en el 2015. En el 2018 el gigante global se lo vendía a un fondo inversor coreano por más de 150 millones de euros. Hay mucho más: la L9 del Metro debía costar 2.000 millones y ha costado 19.000 millones. Podríamos concluir, con el querido Jorge Riechmann, que ese capitalismo crepuscular y singular nos lo tomará todo y, a cambio, nos regalará unos smartphones para que podamos verlo y lo podamos compartir en las redes sociales. Que los números cuadran pero nunca den.

Llegados al último párrafo, apenas me atrevo a hacer la suma aproximada de todos estos hurtos –pero vigile, que el carterista del metro siempre observa los despistados. Es demasiado obvio que la cifra resultaría astronómicamente pornográfica y escandalosamente vergonzosa. Pero no, parece que no: el riesgo sistémico y el enemigo público número uno de nuestras sociedades no son los robos estructurales a plena luz del día. Se ve que son 347 menores migrantes no acompañados que huyen de países empobrecidos. Incendios globales sin extintores democráticos potentes, la grieta mundial, sin izquierda global, se ve a simple vista y este verano la volveremos a ver con letal indiferencia. Otro verano en el que la diferencia singular será entre ser turista o ser migrante. Una diferencia abisal. Radical. Casi criminal.

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