Fobias y plumas

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La presencia de las aves es cada vez más invasiva en las ciudades.

Hablamos de fobias y prácticamente todo el mundo tiene una: las arañas, las serpientes, las ratas, las aceitunas (!!) o las plumas. Tengo una amiga que pasea por la ciudad atemorizada porque las palomas cada vez se nos acercan más y es incapaz de no soltar un chillido cuando una de las aves pasa a raíz de su pelo.

Es una fobia que me resulta muy familiar. Mi madre también tenía pánico en las plumas. Dejó escrita su angustia en un poema titulado Las gallinas : "Teníamos un gallinero / en un rincón de la salida, / y me fascinaban talmente / de un horror indescriptible / que, palplantada delante / no las perdía de vista. / Todavía llevo en la piel / agarrada aquella antigua / mezcla de asco y miedo / que me hicieron las gallinas".

Según me contaba, en casa había una criada que, vete a saber con qué extrañas intenciones, solía atar las alas a las ponedoras y las mojaba en el agua helada del lavadero. Mi madre, con cinco o seis años, se estremecía con el sufrimiento de las bestias y, a la vez, las temía con un miedo cerval.

Ese miedo, que más bien me parecía incomprensible, lo sentí como si fuera mía la primera vez que leí La plaza del Diamante: “Solo sentía parrupeo de palomas. Me mataba limpiando las palomas. Toda yo olía a paloma. Palomas en la azotea, palomas en el piso; les soñaba. [...] Y mientras hablaba, las palomas eran los dueños de la azotea. Iban, venían, volaban, volvían a bajar, se paseaban por las barandillas, se las comían a golpes de pico. Parecían personas. Arrancaban como un vuelo de sombras y de luz y volaban sobre nuestras cabezas y la sombra de las alas nos manchaba la cara. La madre de Quimet, para asustarlos, movió los brazos como un molino y ni se la miraron”.

Una chica haciendo fotos en las palomas en la plaza Catalunya de Barcelona.

Le hago leer el fragmento a mi amiga, que siempre dice que ahora las palomas se han enseñado de la ciudad y que no se inmutan aunque hagas movimientos bruscos o piques de manos. Pasean entre las mesas de los bares, se ponen en las mesas y se terminan los restos del vermut y entran en el interior de los locales con una tranquilidad sorprendente. Según Mercè Rodoreda, esto ya ocurría hace décadas. Y, con la habilidad que la caracteriza, la autora de La plaza del Diamante acierta el motivo de la aprensión que estos bichos pueden provocar: parecían personas.

Lo que nos desasosiega es que las palomas se han hecho tanto en la ciudad que empiezan a comportarse casi como los humanos: groseros, chapuceros, consentidos y egocéntricos.

Los que vivimos cerca del mar tenemos, además, la compañía de las gaviotas, que también han empezado a atreverse a acercarse e incluso han aprendido a robar bocadillos de las manos de las personas. El parrupeo de las palomas parece una canción de cuna si lo comparas con los chillidos salvajes, casi humanos, de las gaviotas.

Y ahora, según he leído, también se han dado casos de urracas que pican con el pico en la cabeza de las personas y las criaturas por la calle o en los parques. Al parecer, las aves llegan a desarrollar un cierto grado de violencia a causa del estrés. Al final resultará que Alfred Hitchcock se quedó corto al imaginar la terrorífica película Los pájaros.

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